A estas alturas resulta redundante señalar que la novela histórica, en dura competencia con la criminal, se ha convertido en lucrativo negocio avivado por numerosas editoriales solo atentas a presentar un balance saneado. En la amplia nómina de autores a quienes atañen estas generales de la ley tiene inexcusable presencia Jesús Sánchez Adalid (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1962) con un mundo imaginario acotado por una alta edad media española en la cual se encierran las tensiones entre dos mentalidades y creencias, la cristiana y la musulmana. Su empeño estaría, hasta donde se me alcanza, y dicho más en broma que en serio, en ponerle una escenografía remota y exótica a la alianza de civilizaciones, variante postmoderna de los planteamientos américo-castristas acerca de la convivencia de culturas en las fuentes de la historia nacional. En este contexto se emplaza
El camino mozárabe, aunque con mínimas concesiones a lo especulativo o teórico.
De ninguna manera se plantea el autor un relato intelectual. Por el contrario, parte de la idea literaria clara de contar peripecias concretas de personajes representativos de aquella encrucijada histórica en que el porvenir de la futura nación española se jugó entre cristianos y "mauros".
La acción fabulada se sitúa en el año 939. El gran Abderramán III ha sufrido lacerante derrota en Simancas y con el propósito de evitar los desastres de otra enconada guerra, prudentes consejeros incitan conversaciones de paz en ambos bandos. La parte inicial de la novela refiere en tercera persona el ambiente en las cortes de Medina Zahara y León tras la batalla. La otra parte relata las respectivas embajadas para negociar la tregua. Aquí toman la palabra la reina viuda gallega Goto, que viaja a Córdoba para recuperar los restos del niño mártir san Paio (o san Pelayo), y un cronista al servicio del emir.
El viaje de las comitivas negociadoras -la andaluza llega a Compostela- facilita brochazos paisajistas y pinceladas históricas.
Los personajes asumen variantes de la naturaleza humana aunque mermadas por el simplismo maniqueo de buenos y malos, listos y tontos. No faltan dosis de amor y terror. Más personales suenan las insistentes apelaciones emotivas al pasado. En suma,
El camino mozárabe, de Sánchez Adalid es una más de las muchas novelas convencionales de consumo que desde hace tiempo inundan el mercado.