Image: La experiencia dramática

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Novela

La experiencia dramática

Sergio Chejfec

12 abril, 2013 02:00

Sergio Chejfec. Foto: Maximiliano Luna

Candaya. Barcelona, 2013. 176 pp. 15 euros

Hay en las novelas de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) una permanente búsqueda, una apertura, una indefinición fértil que se resiste a construir novelas preconcebidas, de rumbo marcado o piñón fijo. No es causal que Vila-Matas haya elogiado la "indecisión" como un valor positivo en los textos del autor argentino. Por ello encontramos un tanteo inicial en las primeras páginas y primeros pasos de los dos personajes que sustentan la obra, Rose y Felix, amigos (ella actriz y casada con otro hombre) que se reúnen semanalmente para conversar, mientras pasean o toman café en locales de una ciudad también deliberadamente imprecisa. Porque, como reza la cita inicial, el viajero Chejfec no busca lugares sino signos a lo lejos. Un párroco que concibe la mirada de Dios como el gran ojo de Google Map, abre una narración que pivota, schopenhauerianamente, entre la realidad y la representación.

Se le han encontrado a Chejfec parecidos con Handke o Sebald, aunque habría que añadir a un laberíntico César Aira, y un gusto por la digresión y la congelación de escenas que unas veces lo acercan a Bernhard y otras a Javier Marías. Bernhard alienta en la idea de "asumir la vida como ironía y mueca". Los dos personajes centrales -convencidos de ocupar un lugar y un tiempo irrelevante, inmutable y previsible- conversan y "ordenan el mundo", lo repiensan y reinventan (nuestras relaciones con los otros, con los animales domésticos, con el dinero, los horarios, la propia ciudad, nuestro pasado y la memoria.) Se trata de un caminar al hilo del pensar, y viceversa. La "duración" bergsoniana y handkeana, la cadencia de un "lento regreso" sobrevuelan y animan un libro capaz de crecer y asombrar mientras ambos caminantes miran hacia las viviendas de una alta "torre espejada" y ella recuerda cómo de extraño y de "teatral" fue su ceremonia de matrimonio allá arriba. La misteriosa relación con los objetos, su magnetismo, destacaba ya en Baroni, un viaje, y algunas sentencias de Chejfec sobrecogen, como al referirse a los objetos personales de quienes ya fallecieron ("Todos estos objetos son pruebas de lo sucedido, pero por algún motivo no testimonian ya la vida de la que provienen").

El enloquecido y áspero mundo del que somos actores y donde tenemos experiencias dramáticas, es un espacio de signos interpretables si se mantienen los ojos bien abiertos del observador y el testigo. Hay una "clave teatral" en cuanto sucede. Somos también observadores inmóviles de la violencia de nuestro tiempo (representada a la perfección en ese asesinato al otro lado del río). Felix y Rose mantienen una relación "intelectual" que apenas permite la escapatoria de un devaneo físico (en esa oscuridad irreal del "barrio de los galpones", que propicia la intimidad, pero también la sensación de peligro). Son dos maestros de la suposición y la hipótesis, del presagio y la visión de futuro. El aislado marido de Rose, siempre entre lo reservado, lo quejoso y lo fantasmal, parece proyectar también sobre la pareja la sombra de aquellos que son y no son al mismo tiempo. Texto continuo, sin capítulos y cortes, de gran precisión y fuerza descriptiva, que reflexiona además sobre las pérdidas personales y la incomunicación básica (opacidad) entre las personas, por más que hablen.

Novela de prosa elegante, que premia a quien se ajuste a su dilatado ritmo, el de una vida que es sueño y tristeza esencial (dolor en lo imperceptible), pero también comedia sobre las tablas. Después de todo "Felix hablaba en serio y en broma al mismo tiempo".