Shakespeare y la ballena blanca
Jon Bilbao
5 julio, 2013 02:00Jon Bilbao
En la historia de Shakespeare y su relación con el conde de Southampton se intercala, pues, la sombra libresca de Moby-Dick. El barco Nimrod no es el Pequod de Melville -aunque la homofonía es indudable-, y Shakespeare cavila acerca de la composición de una posible obra sobre un barco atacado por un gigantesco cachalote y un capitán que pierde la pierna y la sustituye por un hueso de ballena, como sucederá en Moby-Dick. Muchos comentaristas han sugerido que el barco de Melville y la composición heterogénea de su tripulación lo convierten en una representación del mundo. También Shakespeare, imaginando esa obra que los hechos de la realidad le obligarán a abandonar, aventura que "el galeón era una ciudad flotante donde se hallaba representado el conjunto de la sociedad inglesa" (p. 36).
Planteada así, la novela de Jon Bilbao trata de armonizar varios frentes temáticos de muy distinta naturaleza. Por un lado, los sentimientos de Shakespeare respecto al conde de Southampton; por otro, las reflexiones del dramaturgo acerca de las limitaciones del género teatral para llevar a las tablas ciertas historias, especialmente sin los recursos técnicos y escenográficos adecuados y contando con el bajo nivel de los espectadores y su comportamiento en el teatro. Por último, recorre toda la obra como asunto medular una historia anticipada de Moby-Dick y de las leyendas populares sobre ballenas asesinas. Hay que decir que esta faceta es la que inspira los pasajes más brillantes de la novela, como los retratos del amargado capitán del Nimrod o el brutal ballenero Calhoun, así como la inquietante sensación producida por la calma chicha y el mar oscuro y amenzador, la vida a bordo o la tensión colectiva ante las apariciones de la ballena al costado del barco. Pero debe tenerse en cuenta que también son estos los aspectos más librescos de la historia, más cercanos a Melville y a la bibliografía utilizada sobre ballenas.
Las reflexiones de Shakespeare sobre el teatro, en cambio, rozan por momentos lo superfluo y consabido, y su renuncia definitiva a componer la obra proyectada tendría que haberse vinculado más estrechamente a la muerte de Wriothesley y su repercusión en el dramaturgo. Dicho de otro modo: la confección de lo que podría considerarse novela de aventuras -con todas las implicaciones simbólicas que se quieran- es superior al diseño psicológico, aunque este desequilibrio se halle compensado por la presencia de un excelente prosista, tan seguro en un aspecto como en el otro -sólo podría reprochársele la errónea elección léxica de "derrocación" (p. 46) por ‘derrocamiento'- y capacitado para alcanzar un notable nivel narrativo, sobre todo cuando se decida a liberarse de fuentes y modelos y conceda más espacio a la imaginación.