José María Guelbenzu
Hace José María Guelbenzu (Madrid, 1944) en Mentiras aceptadas varios alusiones a sus inicios literarios: se refiere a un "joven novelista español, hoy no tan joven" que es él mismo y recuerda un jocoso pasaje de El mercurio. Son guiños melancólicos, porque el nuevo libro se halla en las antípodas de sus antiguas querencias y arranca con un conmovedor pasaje de corte tradicional que ofrece el estupendo retrato psicológico de un maduro guionista televisivo, Gabriel Cuneo. La relación de Cuneo con su decrépito padre, interno en una residencia, configura una honda estampa de actualidad que se convierte en leitmotiv del libro al asociarse con la preocupación por su hijo, un adolescente al cuidado de su inmoral ex- mujer. La pareja se suma a otros actores del gran teatro del mundo y la novela se convierte en un deliberado vodevil de actualidad con trazas de costumbrismo satírico. De inmediato el autor saca los "Personajes a escena". El conjunto de dramatis personae tiene un carácter representativo obvio: los sucesivos compañeros de la divorciada (un sociólogo pringado en una estafa bancaria, un "millonetis" especulador), un penoso autor de novelas negras, un periodista sin escrúpulos, un funcionario desamparado, una joven desilusionada... Idéntico sentido colectivo poseen los sucesos: el abandono del anciano, la supeditación del niño a los rifirrafes familiares, las relaciones de pareja desleales, los comportamientos desvergonzados, los fraudes y engaños.Personajes y situaciones colocan Mentiras aceptadas a un solo paso de la literatura de denuncia, en un incisivo retablo de la falsedad que reina en nuestra sociedad hoy.
La propia novela especifica los conceptos que abarca el título por boca de Gabriel, único personaje digno (si bien no un modélico héroe positivo) dentro del desmadre general: la desvergüenza, el engaño, el descaro, el latrocinio y la incivilidad. El anecdotario novelesco, con frecuencia de trazos esperpénticos, es la prueba del algodón de tan negro diagnóstico. Sin embargo, el autor no se apunta a esa constatación de crudo pesimismo sino que ofrece una propuesta moralizante, una reflexión de alcance cívico. ¿Es posible intentar llevar una vida digna en medio de semejante degradación?, ¿cómo se podrá eludir esta enfermedad de nuestro tiempo que es la inmoralidad pública?, se tortura Gabriel. Los interrogantes obtienen respuesta positiva y pedagógica. El guionista aplicará los máximos desvelos a instruir al hijo en una conciencia recta. Además, la estirpe, que encadena el recuerdo entrañado del padre con la educación del sucesor en valores auténticos, le brinda amparo.
Este relato casi didáctico se encaja en una construcción bastante compleja, aunque no difícil, y la novela se salda, en conjunto, con una recreación de nuestro tiempo muy atenta a la realidad corriente donde la denuncia severa y buenos apuntes sentimentales conviven en una historia amena y divertida.