La noche se llama Olalla
Jesús Ferrero
7 febrero, 2014 01:00Jesus Ferrero.
En su novela El beso de la sirena negra, Jesús Ferrero (Zamora, 1952) creó la figura de la peculiar detective Ágata Blanc, que ahora reaparece en esta nueva obra, clasificada como policíaca por la editorial, un tanto impropiamente, no sólo por la inexistencia de policías en la historia, sino porque ni siquiera hay un enigma que descubrir. Desde el primer momento, la reproducción de algunos fragmentos del diario de Olalla aclara con nitidez el triple delito -secuestro, violación y asesinato- cometido por tres señoritos desalmados. El único misterio que se plantea, si cabe decirlo así, es cuál será el castigo planeado por la madre y el novio de la fallecida Olalla para restituir una justicia que la justicia oficial ha esquivado, porque, como afirma Ágata, "vivimos todos sumidos en un sistema concebido para proteger a los verdugos y desatender a las víctimas" (p. 199), lo que enuncia una especie de desarrollo institucional de la frase de Sartre que encabeza como lema la novela: "Detesto a las víctimas cuando respetan a sus verdugos".La noche se llama Olalla es una novela sobre la venganza, concebida como único recurso posible para compensar la falta de justicia. Desde el código de Hammurabi y, después, libros bíblicos como Éxodo y Levítico han legitimado la práctica de la ley del talión, y se tiene la impresión de que el desarrollo de las sociedades es paralelo a la progresiva eliminación de esos métodos para instaurar leyes justas que contengan castigos proporcionados a los delitos. Cuando éstas fallan o no satisfacen las expectativas de las víctimas -lo que ocurre con harta frecuencia-, vemos resucitar los fantasmas del "ojo por ojo", las peticiones masivas de penas extremas o la proliferación, sobre todo en el cine americano, de "justicieros" que usurpan el papel de jueces y agentes de la ley. Incluso un relato de Donna Leon, Vendetta, se basa en el castigo que la propia víctima inflige a tres criminales.
No se podrá afirmar, pues, que La noche se llama Olalla no plantee un problema actual, como lo es el escueto relato del desahucio de Leonor. En una sociedad violenta por muchos conceptos, las páginas de sucesos incluyen casi a diario la noticia de repulsivos delitos que avivan entre los lectores la oscura añoranza del talión. Este hondón psicológico es el que trata de explorar Ferrero al relatar los decididos pasos de Gaby para localizar y aislar a los tres responsables de la muerte de Olalla con el fin de tramar para ellos los más crueles y violentos castigos, no incompatibles, sin embargo, con la formación cultural y la sensibilidad afectiva del personaje. Ferrero ha procurado narrar la historia de un modo directo, con la mayor desnudez posible -quiere decirse con la menor "literatura" posible-, aunque ciertas reflexiones del diario de Olalla alcancen a veces un tono excesivamente elevado, lo mismo que algún pasaje del diálogo ("te veo a ti más capaz de propiciarle el golpe de gracia que a Víctor", p. 105) y las páginas finales, con un incipiente diario de Ágata del que tal vez convendría haber prescindido. También tendría que haberse corregido el reiterado solecismo "dignarse a + infini- tivo" (pp. 137, 148, 178). El buceo en la atracción instintiva de la venganza y el bosquejo de un sector de jóvenes adinerados y desocupados, que llenan su ocio con drogas, alcohol y sexo en un Madrid gris y empobrecido, se hallan entre lo más interesante de la novela. Y también la implícita consideración moral de la culpa y el delito, que obliga a considerar si hay diferencia entre quien lo comete y el que lo induce.