Vicente Valero

Periférica. Cáceres, 2014. 171 páginas 16'75 euros

El autor ibicenco Vicente Valero (1963) es bien conocido por su notable obra poética y por algunos ensayos en prosa. Con Los extraños se interna en un ámbito nuevo: el relato de ficción. Pero convendría matizar esta caracterización taxonómica y, por fuerza, un tanto simplificadora. En primer lugar, porque existe tal cantidad de referencias a realidades reconocibles e históricas que el lector puede pensar si no habrá en estas páginas una parte considerable de experiencias y sucesos vividos y conocidos por el autor; en segundo, porque lo que se presenta como un relato podría ser entendido como cuatro historias separadas y yuxtapuestas, cada una de las cuales admitiría tal vez una lectura independiente. El narrador, que reside en Ibiza, encuentra al evocar la historia de su familia personajes borrosos que no conoció o a los que trató sólo en su primera infancia y que luego desaparecieron para emprender caminos diversos, alejados de la familia originaria. Se trata ahora de reconstruir, mediante testimonios escasos de parientes, unas pocas cartas y algunos documentos que constituyen "relatos nunca lineales" y "fragmentos de diferentes épocas" (p. 110) de sus vidas, el destino de aquellos "extraños" que, por motivos diferentes, rompieron el ámbito estrecho de la isla y del núcleo familiar.



De este modo surgen -a veces con datos parciales y huecos en la información- cuatro personajes, con sus respectivas historias, que se despliegan ante los ojos del lector en cuatro capítulos cuya unidad, además de algunas leves alusiones cruzadas que tratan de subrayar su conexión, radica únicamente en la presencia del mismo narrador y la pertenencia de todos ellos a la misma familia: Pedro Marí Juan, ingeniero militar en Larache y en Cabo Juby -donde coincidió con el aviador francés y luego escritor Antoine de Saint-Exupéry-, que vuelve a su isla natal condenado ya por la tuberculosis; el tío Alberto, hábil ajedrecista que ha participado a lo largo de muchos años en numerosos torneos profesionales en países europeos y americanos; por su parte, Carlos Cervera -cuya antigua casa ibicenca habita ahora el narrador- escapa de la isla a los dieciséis años impulsado por su vocación de bailarín, que logra cumplir, y viaja por todo el mundo en distintas compañías de baile español, incluida la de La Argentinita. Por último, el capítulo titulado La tumba del comandante Chico evoca la historia de un tío del narrador, militar republicano relacionado con Roso de Luna y algunos seguidores españoles de las doctrinas teosóficas de Madame Blavatsky, que acaba sus días en Francia, tras sufrir la experiencia del exilio y del campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, y cuya tumba en el cementerio de Lisle-sur-Tarn describe el narrador en memorables páginas.



Aunque Los extraños no sea propiamente una construcción novelesca, estas cuatro semblanzas, a veces de contornos deliberadamente borrosos, tienen el interés que les proporciona su tratamiento literario. Valero no es sólo un buen poeta, sino un excelente escritor -con una tendencia excesiva a los períodos largos, repletos de expansiones sintácticas y encadenamientos más propios de la prosa discursiva-, y acierta casi siempre al escoger de modo natural, por imprecisos que parezcan, los datos esenciales que van dando cuerpo a sus personajes. Es justamente esa manera de contar, y también esas menciones esporádicas que el autor incluye de sucesos y personajes reales, lo que proporciona al relato la cercanía de una crónica sin rebajar por ello el nivel literario exigible. Si es obvio que conviene conocer y seguir leyendo al Valero poeta, no lo es menos que habrá que estar atentos a otras posibles incursiones del autor en el relato novelesco.