Jenn Díaz. Foto: Jordi Soteras
Merece la pena pararse en este nombre, Jenn Díaz (Barcelona, 1988), por varios motivos. El primero es la sorpresa que despierta constatar que, siendo una escritora tan joven, cuenta con un haber de cuatro títulos narrativos que han servido para dirigir hacia ella muchas miradas. Con el primero, Belfondo, debutó en 2011, y desde entonces han ido apareciendo El duelo y la fiesta (2012), Mujer sin hijo (2013) y este Es un decir (2014), otro interesante motivo para respaldar el asombro que suscita una narradora de 25 años que viene publicando un libro al año. Ahora bien, lo que interesa destacar es que su escritura proyecta un discurso que permite reconocer en él cierta madurez lectora, (aval imprescindible para quien desee significarse en el ámbitode la creación literaria), así como identificar sus referentes, en este caso grandes personalidades de la narrativa española del siglo XX. Así, leyendo este cuarto libro, que opta por un drama rural ambientado en la España de la guerra civil y la posguerra, y sitúa el punto de vista narrativo en la voz de una niña, resuelta y decidida, que cuenta de manera directa y espontanea una realidad brutal (el asesinato de su padre, el mismo día que ella cumple once años), se escucha no solo su voz, asumiendo un asunto de tan difícil gestión, como es el relato realista de las heridas de aquella época sobre las mujeres de su familia, sino la de una herencia literaria bien digerida: Martín Gaite, Ana Mª Matute, Delibes...Lo que cuenta Mariela, desde la osadía infantil que dispara su verborrea, matizada por ese "es un decir", pretendida manera de limar la dureza de su interpretación del universo que le rodea, compone un relato veraz y coherente, además de tierno y sobrecogedor, de aquellos años que conformaron su educación, y determinaron su visión del mundo en el que las mujeres de su familia se echaron a la espalda el nudo del fracaso yla resignación. De su ir trenzando palabras escuchadas a medias (su padre "se equivocó de bando en la guerra"), preguntas sin respuesta (¿el abuelo?, ¿el tío?, ¿la razón de la muerte del padre?), y recuerdos, miedos y silencios, se desprende un relato en tres momentos, que alterna su voz con la de su abuela. Quizá merezca objeciones la estructura, y lo mejor esté en el lenguaje y estilo de Mariela, que exhibe virtudes embaucadoras. Lo cierto es que nos ofrece un relato abierto, tierno y demoledor, que renueva una historia mil veces oída. A Jenn Díaz no hay que perderla de vista. Y no es un decir.