Novela

De noche andamos en círculos

Daniel Alarcón

9 mayo, 2014 02:00

Traducción de Jorge Cornejo. Seix Barral. Barcelona, 2014. 378 pp. 19 e. Ebook: 9'99 e.

Al escribir De noche andamos en círculos, Daniel Alarcón (Lima, 1977) no ha creado una novela fácil. Deberán abstenerse de su lectura aquellos a los que no les gusten los relatos perturbadores y los que sufran con las historias que duelen. Según indica su título, la trama avanza en círculos cada vez más cerrados, como en una espiral que al progresar crece en intensidad, tocando fibras sensibles. Uno de los aspectos más significativos de la obra, y uno de sus logros, es el narrador, un testigo del que se sabe muy poco -nada en realidad- que irá desvelando aspectos de su vida y de su relación con los protagonistas a medida que avanza el argumento. Su punto de vista externo y objetivo aporta distancia a la narración, lo que hace que el relato se muestre aún más áspero y acre.

Desde que murió su padre, la vida de Nelson se sitúa en un punto muerto, como si fuera un barco encallado. Su antigua novia, con la que mantiene una relación intermitente, está con otro; el vínculo con su hermano es casi inexistente; su empeño de vivir en los Estados Unidos no se realiza. Es entonces cuando entra a formar parte de la compañía de teatro Diciembre, capitaneada por el escritor y actor Henry Núñez, de biografía compleja y problemática. Junto a sus compañeros de reparto, Nelson abandona la tranquilidad relativa de su existencia y se embarca en una gira por pueblos y ciudades donde todavía resuenan los ecos de la guerra, habitados por gente herida física y emocionalmente. El drama que representan -El presidente idiota- se transforma en cada actuación y les obliga a profundizar en ellos mismos, atravesando círculos concéntricos que se van cerrando y mermando el espacio vital. La novela presenta la imagen clásica del mundo como escenario y la vida como teatro. Ahora atruenan los ecos de Faulkner: el ruido y la furia, los idiotas, los perturbados. Y también, naturalmente, late el fragor de Shakespeare, con esa estridencia suya que sacude las conciencias, no apta para espíritus remilgados o enclenques. Hay aquí mucho estruendo y mucho chirrido, tanto que el lector no sale indemne del embate. A menudo, los protagonistas piensan una cosa pero dicen otra que condiciona su futuro y se van confinando en habitaciones sin ventanas de aire enrarecido, mientras siguen caminando en círculos sin fin.

En los últimos capítulos aumenta la tensión de la historia, a lo que contribuye un sabio uso de ciertas técnicas, como la anticipación, el montaje paralelo y la versión múltiple de los hechos. El lector llega a ellos exhausto y desasosegado, y desemboca en un lugar lleno de violencia donde se mezclan ficción y realidad. A pesar de todo, algunos acontecimientos inspiran reflexiones hermosas. El embarazo de Ixta, por ejemplo, permanece incólume porque "nada puede socavar su misterio esencial" y es una puerta abierta al optimismo. Al fondo, con la pequeña Nadia nace un brote de esperanza.