Siri Hustvedt. Foto: Domènec Umbert

Traducción de Cecilia Ceriani. Anagrama. Barcelona, 2014. 402 pp., 20'90 e. Ebook: 15'99 e.

He seguido la narrativa de Hustvedt (Northfield, Minn. 1955) desde aquel temprano y lejano Los ojos vendados (1992). Reconozco su calidad literaria pero ninguna de sus seis novelas precedentes había logrado atraparme. Incluso Todo cuanto amé (2003), la obra que más me ha interesado junto a su colección de ensayos Una súplica para eros (2005), no soportaba bien la comparación con novelas de temática similar -en lo que al estudio de psicología femenina se refiere- como Esperando un respiro de Terry McMillan. Y si de comparaciones se trata, tampoco le resultaba muy beneficioso ser la esposa de Paul Auster. Todos estos prejuicios y perjuicios, al menos en mi caso, se han desvanecido al leer El mundo deslumbrante, una novela que, pese a su complejidad estructural, me ha mantenido amarrado a la historia de la primera a la última página.



De nuevo, como en Todo cuanto amé, el singular y complejo mundo de los artistas sirve de lienzo en el que se desarrolla el argumento. La protagonista es Harriet Burden, una artista casada con un influyente tratante de arte, que nunca vio reconocida su calidad por su condición de mujer aunque nos encontremos en Nueva York a finales del siglo pasado. Tras la muerte del marido, Harry, como es conocida, decide "prestar" sus creaciones a tres jóvenes artistas masculinos, los "instrumentos de su venganza", que la expondrán como propia ocultando que la autora es una mujer. Los tres logran el éxito que a ella le era negado y revela su verdadera identidad tras la tercera exposición, pero Rune, el joven que había suplantado su identidad, niega públicamente que Harry sea la verdadera artista. Un tal I. V. Hess decide investigar qué hay de cierto o de falso en esta historia tan estrambótica. Los dos protagonistas han fallecido y para averiguar la verdad recurrirá al diario de Harry, a manifestaciones de quienes la conocieron, a entrevistas con los hijos de la artista, en definitiva, documentos de todo tipo que como en un puzle irán configurando el paisaje final.



La referida complejidad estructural, en uno de los más logrados ejercicios de deconstrucción de un personaje que conozco, es paralela a la complejidad conceptual. A primera vista podría decirse que se trata de un alegato feminista de primer orden, este tipo de lectura resulta evidente por obvio, pero sus implicaciones son mucho más profundas interesando la esencia misma del arte o la calidad y valor de una obra artística. ¿Es el valor intrínseco a la propia obra lo que se valora o, por el contrario, no es la creación en sí misma sino el autor quien confiere la categorización? "Harriet me dijo que su idea [utilizar hombres que la suplantaran] no solo era dejar en evidencia a aquellos que cayeran en su trampa sino también investigar la compleja dinámica de la percepción de la misma, del grado de creación propia que hay en lo que vemos, con el fin de obligar a la gente a examinar su propia forma de mirar y desmantelar así sus petulantes prejuicios" (p. 123-4).



Como en Paul Auster, también en Siri Hustvedt nos enfrentemos a esa ironía existencial en la que nos planteamos si puede que en realidad todo sea una farsa, el arte y la vida. Lo mismo que en las fiestas sociales se comportaba como la perfecta anfitriona regalando la imagen de feliz matrimonio aunque conociera los devaneos amorosos de su esposo, también la propia redacción de la obra pueda ser una elaborada impostura. Como Mark Twain cuando prevenía al lector contra la interpretación errónea de la lectura al comienzo de Huck Finn y Faulkner al declararse "único dueño y propietario" de Yoknapatawpha en Absalom, Absalom!, el "autor" del libro I. V. Hess, añade una enigmática posdata en la "Introducción" de significado un tanto incierto.



Tal vez él sea el mayor manipulador, tal vez esa supuesta recreación de la realidad que generosamente lleva a cabo no sea tan inocente y honesta. Será el lector quien decida en última instancia. A fin de cuentas vivimos en la posmodernidad y la única certidumbre para el hombre en esta época escurridiza y convulsa es la ausencia de verdades y realidades universales.