Joaquim Amat-Piniella

Libros del Asteroide. Barcelona, 2014. 289 páginas, 21'95 euros

El título de este libro es un acrónimo, por Konzentrations Lager Reich, que figuraba en los objetos y materiales de los campos de exterminio nazis. Más de siete mil españoles fueron a parar allí tras la derrota de 1939, entregados por los franceses o capturados por los mismos alemanes. Y hay poquísimos testimonios escritos de quienes sobrevivieron a la terrible experiencia. Éste es uno de ellos, y está compuesto poco después de los sucesos, entre 1945 y 1946, aunque su publicación no llegó hasta 1963.



Joaquim Amat-Piniella (Manresa, 1913-1974) prefirió dar a su obra un carácter novelesco, aunque es indudable que tanto los hechos narrados como el perfil de muchos personajes responden a realidades vividas. Así, Ignacio Martínez de Pisón revela en su breve prólogo, por ejemplo, que el protagonista, Emili, está inspirado en un preso aragonés, el dibujante José Cabrero Arnal. Esquivado, pues, el enfoque abiertamente autobiográfico de la obra, lo que importa es lo que tiene de relato testimonial, sin dejar de señalar por ello el cuidado puesto en la descripción de lugares y ambientes y en la exactitud con que se retrata la vida cotidiana en el campo de concentración.



El autor estuvo internado durante más de cuatro años en el de Mauthausen y en algunos otros cercanos, y el panorama que ofrece no tiene únicamente el marchamo de la veracidad, sino que trata de mantener, casi siempre con éxito, una objetividad equidistante entre lo truculento y lo complaciente, a pesar de que muchos componentes de la historia sean de una crueldad y una crudeza inusitadas.



En efecto: muchas páginas de K. L. Reich están dedicadas a narrar torturas gratuitas infligidas a los presos, hacinados en espacios minúsculos, o a describir con detalle el frío, la comida pésima e insuficiente, los castigos, el hambre, la falta de higiene, las enfermedades, los olores insufribles. La tortura del judío húngaro, el episodio del feroz recibimiento de los presos checos (pp. 143-145) o de las diversas formas de exterminio (pp. 184-188), entre otros muchos pasajes, son muestras suficientes de lo ilimitada que puede ser la vesania humana. Hoy, cuando tras muchos años de investigación poseemos documentos, memorias como las de Primo Levi y abundantes pruebas gráficas -no sólo películas -de la vida en aquellos campos, como fotografías espeluznantes y documentales, las palabras del relato continúan sobrepasando a las imágenes, porque están filtradas a través de los recuerdos y la sensibilidad de quien escribe, y esto les proporciona un peso específico singular.



Y algo parecido habría que decir de los diversos tipos que desfilan por la novela, seguramente tomados también del natural, pero que el autor hace crecer al describir su aspecto y sus comportamientos: el brutal kapo Popeye; Emili o August, que sobrellevan su destino con cierta fortuna, uno por ser dibujante -al que los nazis encargan obras pornográficas- y otro por servir como traductor; el Valencia, con su hambre inextinguible; Rubio, el barbero comunista, o el joven Ernesto, que accede a ser "protegido" por un kapo para sobrevivir con menos dificultades. Los intentos de organización en grupos de resistencia pronto despiertan en los presos españoles disensiones similares a las producidas en la guerra civil, lo que justifica las reflexiones finales de Emili sobre el valor esencial del hombre "por encima de lo que es accidental, por encima de la raza, de la nacionalidad, de los partidos, de los núcleos de amigos y de las individualidades fuertes" (p. 287).



Excelente testimonio sobre algo que conviene siempre recordar, pero también novela con muchas páginas de narración impecable.