David Trueba. Foto: Madero Cubero
Cunde en la novela española última el gusto por la sencillez, por relatos de aspecto un tanto simple que, sin embargo, disimulan un denso espesor en su fondo. Son obras, además, de apariencia externa leve, de comedida extensión, portátiles, se diría a la manera de Enrique Vila-Matas. En esta tendencia se inscribe el nuevo libro de David Trueba (Madrid, 1969), Blitz.Uno tiene la grata sensación de sumergirse en una historia casi por igual curiosa, corriente y poco relevante. Ello se debe, primero, al contenido. Refiere una peripecia común en su trazo genérico, aunque un tanto singular en su concreción. El arquitecto Beto cuenta en primera persona cómo su pareja le abandona de repente para volver a un antiguo amor. El joven cae en una profunda depresión con ramalazos autopunitivos y se lía con Helga, una jubilada sesentona. Helga supone su "blitz" (término alemán cuyo significado aclara la propia novela), el relámpago bajo cuyo destello se ilumina una nueva e insólita situación personal en el mundo.
La forma contribuye a dicho efecto. Se atiene a una clásica exposición psicologista con asomos de relato de maduración alimentada con materiales freudianos. El argumento avanza lineal y su desarrollo convencional se remata con un desenlace inesperado propio del cuento literario. Solo algunos toques indican deseos de novedad: la manera de incorporar los diálogos a la narración o el añadido de algunas ilustraciones. Donde arriesga Trueba -aunque con escaso acierto- es en la premeditada descompensación de los capítulos, uno muy largo con las andanzas de Beto en enero y los demás cortísimos con los lances de los restantes meses del año.
La actualidad, sin embargo, sí impregna Blitz. La acción se emplaza en un pasado inmediato. Las tribulaciones laborales de Beto son de hoy mismo. Las relaciones de pareja recogen hábitos modernos. El erotismo explícito refleja modos recientes de narrar el sexo. Hay expresiones coloquiales de última hora. Etcétera. Pero todo ello le da a la novela un valor testimonial solo indirecto. Se trata de una trampa artística para embobar al lector. Lo mismo se busca, y se consigue, con la fluidez con que se explica Beto. También con algunos comentarios sobre cine sin pretensiones culturalistas. Y, además, con brochazos de ironía y humor (negro, si se quiere) inteligente.
Todo son artificios que disimulan serlo al camuflarse bajo máscara de naturalidad pero conducen a algo muy serio. La memoria del amor, el señuelo de la felicidad apacible, el descontento con un proyecto vital errático, la dignidad y autoestima hipotecadas... se engarzan en un rosario de láminas que desembocan en una intensa estampa humana del desvalimiento. El mensaje va cargado de patetismo, pero este surge sin ostentación, porque, aunque palmario, se recrea con afilado simbolismo, el de los relojes de arena que diseña Beto y que se convierten en una alegoría del tiempo y de la edad de los humanos. Trueba teje una madeja de señuelos para escribir una novela amena que deja ácido regusto y desasosiego por comprobar en ella cuán desvalida es nuestra especie y qué extraños los impulsos que nos mueven. Blitz, que arranca como una comedia,salda con un impactante retrato de la soledad y el fracaso.