Alonso Guerrero. Foto: Chema Tejada

De La Luna Libros. Mérida, 2014. 192 páginas, 17€

Diez años después del "tajo" que supuso el múltiple atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, las voces de quienes escriben solo han podido regresar a aquel día desde la memoria, para tomarlo como escenario sobre el que narrar procurando consuelo, y a su vez encarando el dolor, la rabia, la perplejidad o la incertidumbre. La piedra en el corazón (Luis Mateo), El mapa de la vida (Adolfo García Ortega), La vida antes de marzo (Gutiérrez Aragón) dan buena prueba de ello. Hoy, todavía, resulta difícil poner freno a la reserva emocional contenida, pero vamos ganando perspectiva y podemos modular el tono de la narración.



Alonso Guerrero se suma al reto de convertir a las víctimas de aquella matanza en personajes reales de escenas cuyas secuencias ofrecen distintos planos de las vidas elegidas al azar para contar la vida en el tren, cada mañana, las inercias de quienes van y vienen de un andén a otro, de un transbordo a otro, de un extremo a otro de la gran ciudad; el tiempo muerto de los viajes, los recuerdos del día de antes, expectativas, preocupaciones en Madrid, aquel 11 de marzo sobre el que no pesaba otra amenaza que un pronóstico de lluvias, huelga de profesores universitarios y la remota probabilidad de que los sueños de unos y otros pudiese cambiar de dirección.



El enfoque realista prima en todo momento en la reconstrucciones de rutinas de estas vidas imaginarias, en una línea diametralmente opuesta a la de su último libro (Un palco sobre la nada, 2012). Aquí el autor se erige en cronista objetivo, lúcido y contenido, siempre cuidadoso y riguroso con su estilo, pero entregado de lleno a la tarea que materializa la sustancia narrativa: recomponer los movimientos de 37 personajes, uno por uno, camino de sus respectivos destinos aquella mañana, entre las 7.00 am y las 7.39 am. Intención esta que sirve a la vez de forma y fondo, pues el tema que da unidad al conjunto se vuelve intenso itinerario emocional de esas vidas, y se apoya en la estructura elegida para enfatizar el papel del azar, que interrumpe de golpe todo lo que se ha ido poniendo en marcha en 37 episodios de los 39 que componen la trama, cada uno asignado a su respectivo protagonista, con la excepción de los dos últimos minutos, registrados en las cuatro páginas en blanco en las que nada cabe añadir, solo el silencio final producido tras las detonaciones.



Un día sin comienzo podría parecer una obra previsible y lo es, de hecho, pues no oculta otro propósito que el descrito, pero acierta en la intensidad de la fórmula, el estilo sincopado, la fuerza dramática al poner el énfasis en la vida ajena a las fuerzas que la amenazan, y en la densidad de lo contado.