María Dueñas

Planeta. Barcelona, 2015. 540 páginas, 21'90€ Ebook: 12'99€

"¿Qué pasa por la cabeza y por el cuerpo de un hombre acostumbrado a triunfar, cuando una tarde de septiembre le confirman el peor de sus temores?" Así empieza La Templanza, tercera novela de María Dueñas, un ambicioso melodrama dispuesto a hacer frente a las grandes expectativas depositadas en su autora. Tres años la separan de la segunda, Misión Olvido, aceptable como el best seller que es, sin la impronta personal y la intensidad argumental de El tiempo entre oscuras, aunque eso sí, bajo su sombra. Este, en 2009, no era más que una apuesta de incalculables dimensiones que cobró identidad con la voz de Sira, evocadora de aquel escenario desplegado para servir de realidad a una ficción fabulosamente tejida.



Seis años se cumplen ya del debut narrativo. Para Dueñas, tiempo de curtirse en un oficio al que le condujo la pasión por enhebrar vidas y sucesos documentados en el envés de la historia. Y en esa tarea parece haber estado enfrascada, a juzgar por la contundencia con la que presenta La Templanza, equilibrada fusión de rigor documental y elocuencia docente, con dotes de lectora contumaz y escritora de masas. Tal respaldo impulsa con fuerza el recurso del que es auténtica valedora desde su actuación en El tiempo entre costuras: la creación de escenografías que activan en los lectores más significados de los que aporta el sentido del entramado novelesco. Tanto es así que cuando recreó la guerra de África y nos llevó al Protectorado de Marruecos, o ahora, cuando despliega con todo lujo de detalles los usos, costumbres, controversias y dilemas morales de quienes emigraron a Iberoamérica (Ciudad de México y La Habana) y retornaron a España (Jerez, Cádiz...) en la segunda mitad del XIX, invita a un viaje por la geografía física, económica, social y emocional de las ciudades que recorre su protagonista, aquí el indiano Mauro Larrea, en su peripecia entre la vieja y la nueva España, con el rumor de fondo de las luchas por la independencia de las colonias y la eclosión de iniciativas para hacer fortuna o recuperar, como es el caso, la fortuna perdida.



Sí, esa contumaz habilidad por reproducir el ambiente y la época convierte el trasfondo socio histórico de sus novelas en una invitación a un ejercicio de memoria colectiva.
De ahí la respuesta, que de nuevo será rotunda, porque vuelve a mostrar dotes de gran narradora, hace entrar al lector en la historia de manera inmediata, y acaba dándole la novela que espera encontrar: una combinación de aventura, amor, intriga, traición, lances, sorpresas, y constante tensión emocional. El argumento cuenta cómo Mauro Larrea, próspero minero, 47 años, viudo, dos hijos, forjado a sí mismo en el negocio de la plata, afronta la ruina a la que le ha conducido una arriesgada inversión en Estados Unidos con la actitud del que no está dispuesto a rendirse. Su orgullo le lleva a silenciar su nueva situación ante la oligarquía mexicana; acude a un mezquino prestamista, hipoteca el palacio en el que vive y asume las condiciones, si desea recuperarlo en un año. Desde ese momento el tiempo irá en su contra, aunque se alternan fortuna y adversidad. Pues si la acción se enturbia en La Habana, la suerte se le pone de cara en una partida de billar con una carambola definitiva para su futuro de indiano arruinado. Gracias a lo que en ella se jugaba su adversario, pasó a ser dueño de unas propiedades en España: casa, bodega y viña, "La Templanza", de los Montalvo, la familia de bodegueros con los que inicia la tercera fase de esta aventura épica cuya historia corona con un complejo juego de mentiras y verdades, de pasiones y derrotas, de maquinaciones y amores frustrados que ni los años ni los océanos lograron "tronchar".



No importa si el narrador omnisciente edulcora la acción o se muestra explícito en exceso, ni si prima la trama sobre el uso de artificios narrativos, aunque la idea de otorgar voz (la del apoderado) a la conciencia de Larrea es un acierto. Importa el dominio de los registros expresivos, el viaje en el espacio y en el tiempo, el universo narrativo en el que los personajes respiran. Y que todo el relato tiene la ejemplaridad de una parábola: la del hombre dispuesto a luchar en un mundo ancho que no le resulta en absoluto ajeno.