Luisgé Martín

Anagrama, 2015. 288 páginas. 18'90€ Ebook: 11'99 €

No hay vida equivocada sin consecuencias sobre otros. En la nueva novela de Luisgé Martín (Madrid, 1962), autor conocido por lo incómodo de sus temas habituales, las equivocaciones se acumulan y replican como una onda expansiva: primero hay un padre que fracasa en sus intentos desmesurados, luego un hijo que en gran medida repite el mismo ciclo sin saberlo, y finalmente hay una mirada, la de un narrador que amó a alguien y luego lo olvidó para recuperarlo, tiempo después, transubstanciado en relato.



La vida equivocada arranca con unas páginas ochenteras en las que Max Leopardi, bellísimo y joven como un Tadzio hardcore, seduce al narrador durante siete semanas. Después lo abandona y pasan las décadas. Ya en los dos mil, en una feria del libro a la que Martín asiste como autor, Leopardi reaparece enfermo y afeado; Leopardi también quiso ser escritor y propondrá a su antiguo amante que lea uno de sus inéditos, sin intuir que las únicas novelas dignas de ser publicadas que lleva bajo el brazo son su propia vida y la de su padre. Cuando Martín las descubra se verá obligado a contarlas, poniendo sobre la mesa dos historias de fracaso que presentan correspondencias inexactas pero clarísimas: la ambición algo alucinada de sus protagonistas, una sexualidad vivida entre la insatisfacción y la sordidez, el devaneo moral, el desarraigo social...



El extenso ‘Principio' en el que Martín presenta su plan narrativo tiene algo hipnótico, y el ‘Final' que cierra el libro muestra un desgarro elegante, emocionante. El cuerpo central, formado por los capítulos ‘Max' y ‘Elías', son la reconstrucción de esas dos vidas a partir de la documentación que han dejado tras ellas. Sus tramas me estiran y las ideas que laten al fondo (muy de lector europeo, bastante recurrentes si bien se mira) también, pero la distancia tonal que ha escogido el narrador me deja a veces fuera de juego. Sé que es deliberado ese tono algo enumerativo que en ocasiones parece reducir a exoesqueleto la historia de sus protagonistas, y entiendo que el contraste entre unas peripecias (externas o mentales) a menudo extremas y la voz casi discursiva que nos las cuenta busca intensificar la lucidez de la propuesta literaria de Martín; pero hay momentos en que se adueña del estilo algo que está entre la retórica ("me tentaba desatinadamente", "vivir con esa demasía"...) y el tópico ("las virtudes del arte", "línea moral", "carnalidad mundana"...; fórmulas que sólo molestan por acumulación), alejando al lector no por inverosimilitud ni por incomodidad, sino por acartonamiento.



Pero es cierto que el hilo narrativo de La vida equivocada no llega a romperse, y que las preguntas rotundas sobre la vida, la identidad y la muerte que configuran ese hilo están afrontadas con seriedad. Dice nuestro narrador que los escritores verdaderos son aquellos que, con independencia de virtuosismos estilísticos o arquitectónicos, "han aprendido a descifrar a vida de los otros". Es una frase que sintetiza el libro: está formulada con aire de cliché, pero se acaba revelando verdadera.