Rodrigo Muñoz Avia. Foto: Archivo

Alfaguara. Madrid, 2015. 231 páginas. 17€ Ebook: 9'90€

Agustín, profesor de literatura, a sus 37 años y con una vida a la deriva, acepta, aunque con tan poco entusiasmo como hace todo, un consejo: marcharse a un lugar donde no ha perdido nada en lugar de seguir lamentándose por todo lo que ha perdido. Así se ve haciendo un curso nada menos que sobre cactus en la universidad de Stanford. Tal vez su desastroso presente, expulsado del colegio donde daba clases y abandonado por su mujer, encuentre una alternativa en esa Arcadia californiana en la que se juntan millonarios que forjaron su fortuna en un garaje. Eso piensa, si bien su meta no sea económica sino espiritual; algo cercano a encontrar un sentido a la existencia. Con este objetivo Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967) lo sube a un avión en Cactus.



De este modo empieza una cabal aventura antiheroica. Al igual que los “curiosos impertinentes” románticos casi dos siglos antes en España, Agustín constata plurales singularidades de la vida americana y Muñoz Avia, sin la menor concesión ni al exotismo ni a la denuncia de otras mentalidades y hábitos, pinta con pinceladas satíricas un jugoso escenario donde situar las nuevas desquiciadas peripecias de Agustín. Todo -situaciones, marco y perplejidades del protagonista- confluye en la creación de un tipo de relato humorístico muy divertido. A ello se añade una escritura de manifiesta sencillez, con sintaxis de oraciones cortas, léxico común y diálogos incisivos basados en registros conversacionales, y muy cuidadosa de las peculiaridades expresivas tanto del narrador, que es el propio Agustín, como de los personajes.



La acción lineal, la ausencia de complicaciones formales y la fluidez narrativa convergen en una historia como de tono menor, pero esa aparente impresión solo es una añagaza para mostrar plásticamente el desnortamiento de una persona incapaz de orientar con un mínimo de seguridad el inmediato futuro ni de tener un sentido claro de su vida a más largo plazo; un problema general que, para colmo de males, el protagonista, un lúcido cínico, tampoco eleva a la categoría de dramático conflicto existencial.



El vagabundeo disparatado de Agustín enmascara un problema mayor, la soledad. Sin ser consciente del todo, él daría cualquier cosa por una compañía, un amor, una ilusión realizable. Sin embargo, todo se queda en el zascandileo bobo que oculta su huida hacia ninguna parte. Al final de la historia, vuelve a Madrid llevándose “menos cosas que las que traje” y habiendo obtenido una escéptica lección: “Las cosas que valen la pena son las que no sirven para conseguir nada más”.



Cactus reactiva el modelo clásico de la novela de aprendizaje. La inutilidad de las enseñanzas adquiridas tiene algo de emblema humano: un vano peregrinaje en pos de una quimera, la felicidad o el contento íntimo. Para lograr este efecto resulta fundamental la creación de un magnífico personaje, alocado y entrañable, altivo y desvalido, tierno y patético, visto desde la piedad. Muñoz Avia consigue un relato muy ameno por su humorismo fresco y satírico, pero serio. La novela tiene resonancia de tristezas que atañen a todo el mundo. Este alcance es consecuencia de una gran habilidad para darle a la historia un espesor que no aparenta.