El Jarama: crudo domingo de agosto
Detalle del cuadro Un baño en Asnieres de Georges-Pierre Seurat
El Jarama , premio Nadal en 1955, ocupa un lugar destacado en la novela española posterior a la Guerra Civil. Siendo un libro eminentemente conversacional y escrito, según el autor, con el único propósito de reflejar el habla de Madrid, configura para muchos el paradigma de la "novela social". El libro reduce la existencia a un día, a un domingo de agosto cualquiera a la orillas del Jarama. Esta simplicidad aparente explica la importancia posterior de una obra que aún hoy alimenta encendidos debates entre los especialistas.
Acude a su ribera la chavalería (concretamente un grupo de amigos) de Madrid, con sus dialectos y sus modas, con sus medios sueños y sus trajes de baño, dispuesta a pasar ese día, este día único del verano del que la novela da una crónica sostenida a fuerza de diálogo. El Jarama era entonces la playa que uno se podía permitir. Aún no se estilaban las costas del Levante, y los baños fluviales se tomaban a 16 kilómetros de la capital. La orilla del río estaba infestada de merenderos, y el Madrid sin posibles se iba a pasar allí el domingo. Porque a 16 kilómetros de la Puerta del Sol, digo, ya se entraba en la provincia, pero es que España entera era provincia. Daba igual que los americanos hubieran abierto 'chiringuito' en Torrejón; el tiempo de entonces era el tiempo de entonces, y el tricornio en ese verano de 1954 aún "representa lo que representa".
La novela hoy queda como la estampa cierta de un domingo campestre, pero es que esa fotografía exacta de Ferlosio de un domingo vulgar estremece por la ausencia de ornato en el trato literario del vivir, del morir (Manrique, pese a todo). Pura intrahistoria unamuniana. Si concedemos que la naturaleza (el agua, el río) es cruel sin premeditación, sus personajes enternecen por su finitud y su insignificancia frente a la corriente.
Sobre la esencia coral de la novela, de la casi multitud de personajes entre las orillas y el merendero, el río se revela como protagonista absoluto, sin más moralidad que la de un accidente geográfico, un afluente "cuyas primeras fuentes se encuentran en el gneis de la vertiente Sur de Somosierra, entre el Cerro de la Cebollera y el de Excomunión" y que "en las vegas de Aranjuez entrega sus aguas al Tajo, que se las lleva hacia Occidente, a Portugal y al Océano Atlántico". El río, ni más ni menos. Anegando poéticas.
En no pocas ocasiones el autor ha venido manifestando distancia respecto de las claves de lectura del libro; bien se ha insistido en la metáfora 'manriqueña' del río, bien en la consideración de la novela como lienzo ejemplar de lo que se vino a llamar "novela social". Y sobre ellas Ferlosio, tronante, que asistía a no pocas disquisiciones retóricas sobre su libro. Pero es que nuestro Jarama y nuestro Ferlosio son otros; aquí interesa calibrar el peso del verano en esa larga novela en la que desfila una época testificada a través de la conversación: a través del empeño del escritor en catalogar el lenguaje de Madrid. Lo que ocurre es que a veces el Arte no responde a los patrones de su inventor; o que en la construcción literaria el receptor tiene una suerte de última palabra. Si Hitchcock firmaba filmes ejemplares por el placer de un fotograma del tobillo de una musa rubia, Ferlosio desplegó un maravilloso tratado sobre el género humano por el mero gusto de poner en novela las hablas de Madrid.
Y luego el río, que viene cercenado ya por estas fechas de agosto. El río, Jarama, atravesado regularmente por un tren que tabletea sobre el viejo puente que lo cruza.
Ferlosio juega en un día de verano con las etapas del verano mismo; siendo un libro eminentemente conversacional, en los diálogos de sus protagonistas se comprueba magistralmente el paso de la jornada, del alboroto primero a esas horas muertas -e infernales- de la media tarde en la España central.
El Jarama, que "vaya si es bravo cuando quiere" y "da su guerra para ser ese río que es, que no es que sea un arroyo, arroyo no, pero tampoco es de los grandes". El Jarama...
Nos dijo T.S. Eliot que abril era el mes más cruel, pero con esta serie quizá se cae en la cuenta de que es agosto el que se lleva la palma. Hay meses verdaderamente crueles. En las conversaciones de Ferlosio vemos que sí, que la tragedia que se sospecha entre tanta normalidad acaba por llegarnos, pero hay que tomar el último tren a Madrid, el último vino antes de que se apaguen las luces del merendero.
Y al año siguiente, al próximo verano, otro madrileño ahogado en los remolinos del río.
@JesusNJurado