Los besos en el pan
Almudena Grandes
6 noviembre, 2015 01:00Almudena Grandes. Foto: David S. Bustamante
Almudena Grandes (Madrid, 1960) ha ocupado los últimos tiempos en la construcción de un gran retablo de la dictadura franquista, "Episodios de una guerra interminable", del que ha dado a conocer las entregas Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita. La ideación balzaciana de este proyecto se corresponde bien con su temperamento de narradora caudalosa que le permite conciliar lo público y lo privado en un fresco histórico unitario. De ahí que sea hasta la fecha su mejor y excelente trabajo narrativo. En él, el abundante fluir de sucesos y personajes minimiza los riesgos que implica tan convencional planteamiento: el costumbrismo, la simplificación psicológica o el alegato. No ocurre esto, en cambio, cuando el retrato social tiene menos envergadura. Entonces, esos peligros se acrecientan y se evidencian. Ello sucede en Los besos en el pan, la novela que la autora escribe quizás para darse un descanso en el exigente ciclo en marcha y a buen seguro que espoleada -o mejor, con toda razón indignada- por las duras circunstancias socio económicas que padecemos.Los besos en el pan se inscribe en uno de los más genuinos cometidos del género novelesco, pulsar la historia y servir de testimonio de los grandes movimientos sociales. Más en concreto, pertenece a la literatura de la Crisis, con la mayúscula que merece el término al no referirlo solo a una situación económica mala y compleja sino a los cambios trascendentales que vive en estas fechas nuestro país. Numerosos escritores recientes vienen dando cuenta de esta coyuntura y alguno -este mismo año, Pablo Gutiérrez en Los libros repentinos- ha elegido un barrio marginal como metáfora de una realidad amplia. Lo mismo hace Grandes, con un lógico criterio personal. Ella, galdosiana confesa, acota un espacio urbano del centro madrileño, el Barrio de Maravillas, Malasaña, Fuencarral y Barceló, donde conviven una clase media de profesiones liberales y ocupaciones menestrales. Todos sus habitantes han sido zarandeados por el cambio de la bonanza económica a la precariedad, la pura pobreza y la exclusión. Por la novela desfilan la propietaria de una peluquería cuya clientela racanea las visitas, una sanitaria a punto de ser despedida, un tabernero que capea el temporal, un arquitecto reciclado a la fuerza en portero, un empresario estafador, algún viejo desvalido... y hasta unos chinos esclavizados. El barrio asume el explícito valor de modelo de uno "de cualquier ciudad de España". Los personajes encarnan situaciones típicas del angustioso presente: desahucios, paro, indigencia, hambre infantil; también la protesta (no faltan ni la Marea Blanca ni la Verde), y la solidaridad ante el infortunio ajeno.
Como crónica de actualidad, Los besos en el pan ofrece una estampa bastante completa. Se acerca a un reportaje ficcionalizado de las cosas tristes que vemos cada día en los medios. Este enfoque determina su materialización literaria. El contenido se supedita a un testimonio naturalista que refiere sin adornos imaginativos sucesos y dramas personales previsibles. Los protagonistas cumplen con una limitada función de encarnar las anécdotas y por eso carecen de hondura y tienden al arquetipo; incluso un registro en el que Grandes suele conseguir sus mejores aciertos, la mostración de la soledad, resulta apenas abocetado. El estilo es en exceso plano y puramente funcional.
El lector hallará en esta novela efectos identificadores y proyectivos que se la harán gratamente emocionante. Compartirá con la autora la rebelión contra la injusticia y apreciará el valor de la denuncia frente a la literatura escapista de consumo que sigue dominando en nuestras librerías. Pero no basta esta saludable intención para cumplir con los requisitos exigibles al arte. Los besos en el pan queda muy por debajo de lo que Almudena Grandes debe exigirse.