Pinocho en Venecia
Robert Coover
8 enero, 2016 01:00Robert Coover
Quiso la providencia que en 1991 coincidieran en el tiempo dos reconstrucciones, bien distintas, de la vida adulta de sendos personajes míticos de la literatura infantil: Peter Pan y Pinocho. La del primero fue perpetrada por el cineasta Steven Spielberg en Hook, y la del segundo fue firmada por el escritor Robert Coover (Iowa, 1932) con el título Pinocho en Venecia. Mientras que la cinta de Spielberg terminaba pecando por defecto (por muchos, de hecho), a la novela de Coover se le podría achacar justamente lo contrario: su exceso. Todo en ella es excesivo, para bien y para mal, si bien es cierto que lo es por una buena causa: la de zarandear al lector, hasta desmontarlo, cual vulgar marioneta. Yo mismo, lo reconozco, me encuentro todavía recogiendo algunas piezas.En Pinocho en Venecia aparece nuestro muñeco de madera favorito hecho ya carne y hueso (gracias a la intervención del Hada de Cabellos Turquesa), convertido en profesor universitario y ganador de dos premios Nobel, con todo el pasado que conocemos de él (biopic por parte de Walt Disney incluido) sobre sus espaldas. Pinocho o, mejor dicho, el profesor Pinenut (que es como se le conoce ahora en los círculos académicos) regresa a Venecia para reencontrarse con sus orígenes y así poder cerrar la que será su última gran obra ensayística. Hasta aquí, todo apunta a que Coover va a adentrarse en un relato de lo más humano, pero será poner un pie en Venecia y el imaginario de fantasía ideado por Carlo Collodi a finales del siglo XIX cobrará vida de nuevo de la forma más grotesca, soez y escatológica que se pueda desear. No creo que ningún lector esté preparado para el infernal viaje que Coover dispone para Pinocho, que será desplumado y vilipendiado a las primeras de cambio, embadurnado en mierda, picoteado por palomos, envuelto en masa de pizza, y mil y una atrocidades que no me atrevo siquiera a describir para no herir a los más sensibles. Pinocho irá perdiendo trozos de su cuerpo en la travesía (el hechizo del Hada empieza a romperse) al mismo ritmo que su orgullo es arrastrado y mancillado por Venecia.
Si ya Coover, en La hoguera pública (1977), convirtió la tumultuosa Times Square en un circo de variedades (con espectáculo de silla eléctrica y todo), ¿qué no sería capaz de hacer con la carnavalesca y operística Venecia? La transforma aquí en un gigantesco y decadente teatro por el que se sucederán, sin solución de continuidad, los frenéticos personajes que pueblan esta suerte de opereta. Su novela termina así siendo una incansable función de títeres para adultos, de una falsa (por irónica) brillantez intelectual, de una más que engañosa puerilidad, con sus constantes coñas metafóricas a costa del apéndice nasal de Pinocho (y su inevitable forma fálica), con un muy pornográfico sueño húmedo creador, con una irreverente procesión de la llamada Madonna de los Órganos... un ejercicio este, el del chascarrillo juguetón y malicioso, que se mantendrá incesante hasta la última raya (literal) del texto.
Puede que Hook no fuera muy solvente desde un punto de vista artístico, pero al menos Spielberg sabía hacia donde dirigía su discurso. En Pinocho en Venecia, más allá de adivinar lo bien que se lo ha pasado Coover sacando músculo en cada párrafo, cuesta algo más discernir qué narices nos ha querido contar su autor en esta caótica, exuberante y pantagruélica novela de cachiporra, "por así decirlo".
@FranGMatute