Claudia Piñeiro. Foto: Alejandra López
Las novelas de Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) se leen muy bien. Su prosa es directa, ágil, sencilla; sus tramas están bien dosificadas y bien engranadas; sus historias tienen una profundidad que las enaltece y las universaliza. Además, suelen construirse sobre una intriga que mantiene el interés del lector, y ofrecen una inmersión consciente en lo emocional que resalta la hondura de los personajes y los hace creíbles. Autora de títulos como Las viudas de los jueves (2007) -una metáfora sobre la caída y la redención- o Elena Sabe (2007) -compuesta sobre la base de un extraño crimen-, Piñeiro presenta ahora Una suerte pequeña.Mary Lohan vuelve a Buenos Aires después de veinte años, como en el tango de Gardel. Algo terrible que sucedió en el pasado -de momento desconocido para el lector- la obligó a instalarse en Boston donde trató de olvidar, y le ha impedido el regreso durante todo este tiempo. Lo hace ahora por motivos de trabajo, con la esperanza consciente de que nadie pueda reconocerla aunque con el deseo inconsciente de recuperar algo de lo que dejó tras su huida, o al menos ser capaz de enfrentarlo.
A medida que avanza la historia, vamos accediendo al conocimiento de unos hechos terribles de los que es protagonista y vamos entendiendo los motivos de tanta aflicción, la necesidad del olvido y el desgarro de unos sentimientos que, contra todo pronóstico, permanecen aún a flor de piel. Un tren que cruza por el centro de una gran ciudad, una madre presurosa que se confía, dos niños, el implacable amor filial que todo lo arrasa, el infierno, una pena inconmensurable, la hipocresía social, las dudas, el despecho, lo inevitable, el destino, el libre albedrío, la angustia clandestina -extraordinario hallazgo expresivo-, la comprensión y el verdadero amor... De todo eso trata esta novela memorable de interés creciente. Mary Lohan, Marilé Lauría o Maria Elena Pujol son una misma mujer en tres momentos de su vida. Las tres están en la protagonista desde el principio y en todas late el conflicto de la maternidad porque se duda de la propia capacidad, porque se experimenta hasta el suplicio o porque se sacrifica en aras de lo que más se estima.
Piñeiro utiliza un estilo reiterativo que recalca la atrocidad de los hechos y la intensidad del dolor, como si su repetición incesante fuera la forma perfecta de describir el horror y cómo se vive en él. Y sabe cómo dosificar la información de modo que el interés no decaiga, a pesar de la insistencia. Además, utiliza sabiamente dos voces, necesarias para contar desde dos perspectivas que se complementan y que hacen que la historia sea aún más terrible por lo que muestra y por lo que ha ocultado. Y bucea con verosimilitud en el abismo de unos sentimientos difíciles y de unas emociones perturbadoras. Gran novela.