Hilary Mantel. Foto: T. Teeman

Traducción de Albert Vitó. Destino. Barcelona, 2016. 320 páginas. 18€, Ebook: 9'49€

Los retratos de infancia y adolescencia suelen ser crueles, pues en esos años los afectos aún no han madurado y el otro sólo es un objeto que se codicia o se repudia. Hilary Mantel (Derbyshire, Reino Unido, 1952) recrea su niñez y primera juventud en una novela que intenta rebajar los aspectos más trágicos mediante el humor y la ironía. Lejos de cualquier forma de complacencia, Mantel no oculta sus miserias. Obligada a ser amiga de Karina, hija de unos refugiados polacos, jamás experimentará simpatía por una niña hosca e introvertida, con tendencia a engordar y escasas habilidades sociales. Ambas proceden de familias humildes. Después del cierre de las grandes fábricas, los barrios obreros se han convertido en espacios hostiles y deshumanizados, que almacenan vidas malogradas: parados jóvenes o de larga duración, noviazgos sin ternura.



Mantel no pretende ser una cronista imparcial. Desconfía de la memoria, "un destello peludo y asustado". Carmel, la protagonista, crece en un hogar levemente disfuncional. La madre es fría y exigente; el padre, tímido y retraído. No tiene hermanos. Sólo un gato que pasea silenciosamente por la casa, con una mirada lejana e indiferente. Carmel y Karina aprueban el examen de ingreso en el Santo Redentor, un prestigioso colegio de monjas. Carmel destacará en seguida por su inteligencia. Karina aprobará con notas mediocres, acumulando un resentimiento que se manifiesta en forma de gula incontrolable. Mientras tanto, Carmel se desliza por la pendiente de la anorexia. Seguirán juntas cuando inicien sus estudios universitarios. Alojadas en una pensión de señoritas, sus primeras experiencias sexuales serán frustrantes. El placer se revelará como un efímero absoluto que deja un rastro de desolación. Una inesperada tragedia cierra la novela, arrojando la sombra de un posible asesinato.



Mantel relata los hechos con una crudeza demoledora. Su prosa combina la inmediatez con el detalle lírico, la agilidad con el apunte reflexivo. Los personajes son humanísimos y sus peripecias nos conmueven. Con unos diálogos impecables, habla de la soledad, el fracaso, el amor, la amistad.



La generosidad y la belleza interior de Lynette, otra joven estudiante, despiertan en Carmel un afecto profundo, enseñándole que la amistad es una forma de amor, donde no se funde la carne, sino el espíritu. Carmel se pregunta si su relación con Lynette no es "un experimento de amor" que cuestiona los valores de su generación, incapaz de separar el enamoramiento del sexo. Mantel no ignora que su novela evoca el ciclo de Enid Blyton sobre Torres de Malory, un internado femenino que inculca en sus estudiantes los valores de la sociedad tradicional. Sin embargo, hay una importante diferencia. Mantel no cree en la inocencia ni en la ingenuidad. Sus personajes no son alegres y optimistas, sino vulnerables, inseguros, y, en ocasiones, despiadados. Algunos actúan con despreocupada amoralidad; otros, renuncian a su dignidad por algo de cariño. Casi ninguno conserva la fe de la infancia. Dios es una vela que se apagó lentamente, sembrando el escepticismo y cierto desamparo.



Experimento de amor es una magnífica novela que reproduce el conflicto de una generación de mujeres con graves problemas de identidad. Educadas para ser amas de casa, los cambios sociales que desmontan esta expectativa no logran aplacar la necesidad de hallar unas pocas certezas, con la suficiente fuerza para crear un sentimiento de arraigo y pertenencia. Karina es la expresión más trágica de esta paradoja. Escarnecida por sus compañeras, que la consideran una torpe campesina, reaccionará como Medea, aniquilando la escasa nobleza de un entorno viciado por el egoísmo y la insolidaridad. Su presumible venganza sólo agravará la perplejidad de unas jóvenes que se encaminan hacia una incierta madurez.



"El pasado fluye como el agua entre mis manos", escribe Mantel. No podemos borrar lo vivido. Sólo nos cabe escuchar su latido y aceptar que siempre estará presente en nuestros actos, con la textura escurridiza de un sueño.



@Rafael_Narbona