Estado de gracia
Joy Williams
18 marzo, 2016 01:00Joy Williams. Foto: Anne Dalton
Afirmar que uno de los grandes aciertos de Estado de gracia (1973) es, por extraño que parezca, lo difícil que resulta escribir sobre ella puede sonar a dejación de funciones por mi parte, sobre todo si se tiene en cuenta que no estamos ni mucho menos ante una obra de corte experimental. Debe entonces matizarse que la dificultad radica no ya en las posibilidades de análisis sino en la capacidad del aquí firmante para expresar las sutilezas que contiene este enorme texto de prosa sugestiva, vaporosa, casi poética, que sorprende más si cabe cuando se toma conciencia de que se trata de un debut, escrito por Joy Williams (Massachusetts, 1944) a los veintinueve años.Se tiende a destacar que esta novela fue finalista del National Book Award el año que lo ganó Pynchon con El arco iris de gravedad, pero no termina uno de entender lo que se pretende insinuar con eso. Acaso que de no haber coincidido con Pynchon Williams hubiera sido la justa ganadora; o quizás se esté sugiriendo que el premio debería haberse otorgado a este Estado de gracia. El dato manda un mensaje importante: no se comprende cómo esta obra no había aparecido antes en España. El año pasado Williams se estrenó en nuestro país con la publicación de Los vivos y los muertos (2000), su última novela hasta la fecha, y ahora por fin se puede acceder a su primera.
Llama la atención en Estado de gracia su estructura, un tríptico, como si fuera uno de esos cuadros religiosos, no siendo para nada casual esta imagen pues, gracias al uso de la primera persona, la narración presenta cierta vocación confesional en sus partes primera y última. En su parte central, la novela se compone de una serie de pequeñas estampas que ayudan a dibujar el pasado de una joven embarazada con una turbia historia a sus espaldas.
"Hay algo en ella que renquea, algo oscuro. La rodea un aire de crimen santificado, de sagrada meretriz. (…) La rodea el sufrimiento, aunque no parece darse cuenta. (…) Es como si estuviera viviendo algo que no forma parte de su vida", escribe Joy Williams sobre el estado perpetuo de ensoñación (o desencanto, o apatía) en el que parece vivir la chica. Y a medida que avanzamos por la bruma que conforman las palabras, se irán desvelando los detalles de una infancia aislada, asfixiante, rodeada de fanáticos: un padre rígido, de fuertes convicciones religiosas, con el que mantiene una relación de aparente cordialidad pero en el fondo sofocante; y una madre ausente, que presenta una compleja relación con la maternidad, siendo este quizás el gran tema de Estado de gracia. Hay en esta novela reflexiones sobre la extrañeza que supone llevar dentro una vida, sobre la supuesta obligatoriedad de querer al hijo, todas expuestas con sutileza inusitada. Que la historia transcurra en el sur de los Estados Unidos a principios de los setenta invita también a la interpretación de dichas reflexiones como un signo de los tiempos, que por entonces vivía los últimos coletazos de la contracultura.
Podría argumentarse que, precisamente por ese afán de empatizar con el momento, la trama en Estado de gracia resbala, cuando no se vuelve incluso predecible: debe reconocerse que la historia relativa al chico de color, que pretende incorporar una lectura crítica sobre el racismo, no encaja bien en el conjunto; del mismo modo que la anécdota con el leopardo termina resultando extravagante, por más que sirva de perfecta metáfora para lo que en el fondo quiere contar esta novela.
Con todo, nada de lo dicho resta personalidad a la escritura de Joy Williams, aquí ya tan madura. Sirvan entonces estos pequeños descuidos de principiante para aplicar algo de mesura al juicio, y así no tener que ir por ahí diciendo que Estado de gracia es una de las grandes novelas norteamericanas del período.
@FranGMatute