Juan Miñana. Foto: Malpaso
A caballo entre el XIX y el XX, en las ciudades europeas florecieron locales y nombres propios que hilvanaban un relato de bohemia no siempre veraz pero a menudo encantador. Barcelona contó con una figura fabulosa, la del savant Pompeyo Gener ‘Peius'. El personaje es de sobra conocido, y es memorable el retrato que hizo de él Mario Verdaguer en un libro estupendo, Medio siglo de vida íntima barcelonesa (Guillermo Canals Editor): allí, Gener comparecía como un caradura simpático al que era imposible tomarse en serio, ni falta que hacía dados su natural encanto y el entusiasmo que ponía en sobrevivir dándose una importancia entre delirante y paródica. "Peius intentó siempre conseguir el absurdo de comer de su literatura. Raramente se le vio ocioso", escribió Verdaguer entre broma y broma.Ahora, Juan Miñana (Barcelona, 1959), novelista guadianesco que lleva libro bueno bajo el brazo siempre que le da por reaparecer, se acerca a Peius en El cielo de los mentirosos, y sus cuatrocientas páginas desbordan el figurón folclórico para darle una consistencia matizada y tangible.
Acostumbrado a vivir entre París y Barcelona, Pompeyo Gener se consagró a la escritura para conseguir un relativo éxito en Francia con su primer libro, El diablo y la muerte, muestra de erudición prestada e ingenio necesitado de criba. Pero con el tiempo, sus incursiones en el ensayo, la narrativa (Miñana reproduce un cuento futurista bastante genialoide), el teatro y el periodismo quedaron como anécdotas menores, escritura epigonal. Tampoco cuajaron en nada relevante sus posiciones políticas, que conocerán variaciones aunque sin traicionar nunca su condición de "demócrata convencido, federal de perspectivas europeístas, laico y catalanista". Sus opiniones más desafortunadas sobre "la raza" castellana son tratadas como coyunturales o secundarias, creo que con razón: lo importante en él fueron su vida y su personaje: la amistad con celebridades como Sarah Bernhardt el apetito pantagruélico, ese infalible arsenal de anécdotas que ponía en circulación, la capacidad fabuladora que lo llevaba a presumir de viajes inexistentes y triunfos casi sobrenaturales, el reguero de deudas que lo persiguieron, su simpatía pluscuamperfecta, su generosidad. ¿Un loco? "Supuesto de que Pompeo Gener esté loco, ¡que nos encierren juntos!", replicaba Juan Valera.
Miñana imagina a Peius en sus últimos días, moribundo pero todavía vital, y hace que lo flanqueen dos personajes logradísimos, el poeta Xavier Viura (que existió aunque hoy sea apenas recordado) y una muchacha, Chelo, que se columpia en el límite de la prostitución. Con esos elementos como marco y una solidez histórica indudable, El cielo de los mentirosos presenta un estilo de línea clara y una construcción perfecta. En sus páginas, Gener se confirma como estrambótico y excesivo, descacharrante en su descaro; pero, y esto es muy valioso, también se le restituye su indudable dignidad. Ni fue un simple fantoche, ni todo en él era mentira, ni careció de lucidez en sus mejores momentos. Rescatado del baúl del cliché para cobrar densidad humana, Peius resulta ser un caso de energía consagrada a la felicidad, la prueba de que uno mismo puede constituirse en obra de arte o ficción fascinante.
En definitiva, un ejemplo de éxito, si aceptamos su convicción de que "el Éxito con mayúsculas consiste en pasar por esta vida sin hacerle daño a nadie". En el equilibrio entre tono cómico y triste para contar una historia de decadencia que roza lo picaresco, el libro tiene algo de encanto a la italiana y se lee con placer burral.