Javier Pastor. Foto: PRH

Random House. Barcelona, 2016. 464 páginas, 21'90€, Ebook: 9'99€

Por el deseo de refutar las novelas que se dedican a contar un argumento bien trabado, Javier Pastor (Madrid, 1962) construye Fosa común disponiendo tres capítulos bastante autónomos que abordan un motivo unitario. Viene primero el retrato coral cáustico de unos bachilleres de un colegio religioso de Burgos (solo al final identificada por su nombre propio) en las fechas inmediatas a la muerte de Franco. En esa estampa costumbrista (lo es, aunque lo disimulen la forma y el chisporroteo verbal) resulta complicado distinguir con claridad algún criterio principal entre los personajes o las anécdotas, si bien parece que uno de los chicos tiene un papel destacado y, entre estas, se alude a un grave suceso.



Sigue a esta visión de la realidad desde fuera, en tercera persona, un cambio de enfoque: el estilo encrespado se serena y aparece una perspectiva intimista en segunda persona narrativa, aunque ésta funciona solo como el paraguas bajo el que se cobijan descripciones y diálogos. El hilo de esta parte es el regreso a la ciudad de uno de los estudiantes, Jaime Arzain, protagonista de la novela ensombrecido entre tantos condiscípulos, con la intención de hacer cuarenta años después un diagnóstico completo del ayer. Tampoco tiene aquí Javier Pastor la gentileza de la claridad y suma sugerencias y alusiones sobre un tiempo nefasto que, en realidad, añaden poco a lo sabido. Solo como de pasada, y cuando ya han transcurrido dos centenares de páginas de ardua lectura, aparece un indicio del motor anecdótico del libro: "un pico insólito de aquella época más bien bárbara y su pestazo a cadaverina entre postbélica y predemocrática fue el asesinato de Cristina y su familia a manos del padre".



La tercera parte aporta un giro radical. En primera persona y en estilo bastante funcional, el propio autor cuenta sus investigaciones acerca del espantoso asesinato múltiple que cometió en el año 1975 el capitán Victorino Moradillo, casi silenciado por la prensa en complicidad con las autoridades para no perjudicar la imagen del Ejército. Esta parte final se inscribe en la moda que los teóricos llaman "autoficción" y en la corriente también de moda que Javier Cercas denomina "relatos reales" y contiene apuntes sobre la propia escritura novelesca. En ella irrumpe de modo explícito lo que ya se anunciaba en las precedentes: un testimonio crítico brutal de los amenes del franquismo, de sus opacidades, fanatismos y miserias morales.



Como en un dramático colofón se condensa la meta global de la novela: denunciar los comportamientos colectivos del pasado con el doble propósito de un ajuste de cuentas y de una lección para el futuro expresada en el mismo rótulo de esta parte, "Que sirva para algo". De modo que la voluntad de Pastor es enlazar una panorámica general vitriólica de la España reciente con especial atención a sus raíces en la dictadura y una advertencia galdosiana con la mirada puesta en la actualidad. Podría decirse que su empeño consiste en novelar una parcela próxima de la "memoria histórica" (la fosa común del título es la de la memoria rescatada por el protagonista) para desvelar las fuerzas causantes de los males nacionales. Entre estas, dos asumen una máxima culpabilidad, la Iglesia y el Ejército, encausados con evidentes rabia y sarcasmos.



A pesar de la evidencia de tratarse de una novela de clara denuncia social, Javier Pastor niega en el propio libro que éste tenga una intención sociológica. Para disimularlo, sustituye el documento directo por una estética cercana a lo grotesco, complica artificiosamente el relato haciéndolo abstruso y da rienda suelta a su gran capacidad de recreación verbal y de retorcimiento idiomático con pruritos de virtuosismo. Salvo en la parte final, todo ello dificulta hasta extremos innecesarios la lectura y exige unos esfuerzos que, debo confesarlo, me han resultado excesivos.