Tomás Abraham. Foto: Youtube

Random House. Barcelona, 2015. 472 páginas, 20'90€

He leído con avidez La dificultad de Tomás Abraham. La he devorado a pesar de sus casi quinientas páginas, dejándome arrastrar por la prosa magnética, por la profundidad filosófica y por el relato desgarrado de una vida que a veces parece un descenso a los infiernos. El libro, presentado como novela, es en realidad una autobiografía (más o menos anovelada) porque, como justifica el Yo - filosófico, redivivo- en las páginas finales "escribir no es vivir, ni revivir, por eso la autobiografía es un género de ficción, de inventiva, de creación" (p. 457). Valga la paradoja genérica y lo que me parece una de las más convincentes definiciones de la literatura (confesional) como hecho ficcional, casi a prueba de escépticos (y de teóricos).



Tomás Abraham escribe La dificultad desde el interior de un ser informe, aunque en apariencia normal, para mostrar su envés, aquello que uno es por dentro y nunca muestra, la entraña y su podredumbre, el lado oscuro y su olor fétido. Con el avance de las páginas, la escritura de este judío rumano afincado en Buenos Aires se convierte en un torrente de palabras, de frases desarticuladas y de gritos que tienen sentido en su propia forma desestructurada. Lo que le entrega al lector es un vómito de sensaciones y de sentimientos que reflejan el estado anímico de un yo doliente -durante casi todo el libro con minúscula- que todavía no se ha encontrado a sí mismo. Ya lo habían ensayado Sartre en La Nausée o Céline en Voyage au bout de la nuit en los años treinta del pasado siglo. Mucho antes, y de forma magistral, lo había hecho Baroja en Camino de perfección.



La angustia, el desasosiego, el vacío existencial, la inquietud extrema, la soledad, la impotencia, la libertad absoluta, la autodestrucción, la otredad, la búsqueda del amor, mirar la vida desde fuera, como si uno no formara parte de ella..., todo contemplado y explicado desde una perspectiva filosófica. Y como elemento de fusión, un viaje real desde Buenos Aires hasta París (la Sorbonne en Mayo del 68) y una definitiva expedición a Tokio, extraña y desgarradora; después el regreso castrante al hogar familiar y al peronismo, el gobierno militar y los desaparecidos. Ese peregrinaje es también una travesía simbólica en busca del propio Yo y un recorrido personal y sentimental por la historia del último tercio del siglo XX.



En el libro, en ocasiones hipnótico y organizado por microestructuras que avanzan en espiral, se recoge un magnífico elogio de la lectura como fuente de conocimiento y de creación. También como tabla de salvación que impide la caída en el abismo y como vía necesaria para el descubrimiento del Yo. Finalmente, la escritura se revela como espacio catártico y redentor, la fórmula mágica para vencer la dificultad. También la lectura es un lugar para la catarsis. Lo dijo Aristóteles.