La familia real
William T. Vollmann
13 enero, 2017 01:00William T. Vollmann
Cada vez es más infrecuente, quizás porque hoy día lo audiovisual lo ha absorbido todo, pero aún existen escritores con arrojo que conciben sus novelas con vocación totalizadora. Por su ambición, La familia real (2000) de William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959) bien podría ser una de ellas, bien podríamos considerarla la novela definitiva sobre los bajos fondos del San Francisco de finales del siglo XX.Gracias a la literatura, el minucioso retrato que Vollmann realiza del Tenderloin (el barrio chungo por excelencia de San Francisco) trasciende cualquier lectura imaginable, empezando por la relativa a su género. La familia real parte siendo una novela detectivesca a la antigua usanza y acaba transmutada en un relato bíblico de lo más alegórico. Vertebrando ambas estéticas se encuentra un texto que no puede evitar ser, por encima de todo, un ejercicio periodístico mayúsculo, lo que es ya marca de la casa dentro de la narrativa del estadounidense.
En su rotundidad, La familia real se percibe como el culmen de una obsesión personal, la misma que ha convertido a Vollmann en el cronista último de las clases sociales más desfavorecidas y sus submundos. De hecho, Vollmann ya había transitado el Tenderloin, libreta en mano, en su relato "Damas y luces rojas" (1989), en cierto modo germen de esta monumental obra. Por lo anterior, resulta difícil no ver en Henry Tyler, el investigador privado protagonista de La familia real, a un alter ego del autor. Al fin y al cabo, en su búsqueda del amor imposible, Tyler también sucumbirá a sus obsesiones, y vivirá en esta novela su particular caída en los infiernos.
Quien se sumerja en las más de mil páginas de La familia real deberá estar preparado, pues el detallado viaje que Vollmann nos ofrece por el lado salvaje de la vida no podrá ser del gusto de todos. La familia real está poblada de prostitutas, proxenetas, yonquis, pederastas, empresarios sin escrúpulos y corruptos varios, y más allá de lo que queramos aceptar bajo el paraguas de la ficción, el trasfondo ensayístico que recorre toda la novela no ayuda precisamente a digerir lo narrado.
Con todo, es justo reconocer que Vollmann no se regodea en ningún momento en la sordidez del relato, lo que no quiere decir que la evite. No me cabe duda de que un personaje como Dan Smooth horripilará a la mayoría de los lectores. Por otro lado, difícilmente encontrarán unas prostitutas más humanas que las que aquí dibuja Vollmann -trazadas con mimo, respeto y hasta ternura en sus imperfecciones-, todas ellas integrantes de esa familia "real" (tanto en lo tangible como en lo majestuoso) sobre la que gira la novela.
Si la Reina del Tenderloin es una puta, la lujuriosa Babilonia es el espejo en el que brillan los neones de la actual San Francisco. Vollmann despliega así en su radiografía callejera todo su armamento descriptivo, convirtiendo el paseo nocturno que propone por esos aparcamientos y garitos de mala muerte en algo físico, gracias a los numerosos carteles que con distinta tipografía asaltan continuamente al lector y al hecho de que casi todas las imágenes y metáforas de la novela hacen referencia a una parte viva de la ciudad, en un juego autorreferencial espléndido y de lo más efectivo.
El talento inconmensurable que viene demostrando Vollmann en los últimos años, su capacidad asombrosa para armar historias de un calado humano aterrador a partir de profundísimas investigaciones, le ha granjeado comparaciones con William Gaddis, Thomas Pynchon, John Barth y Robert Coover, los grandes maestros de la verborrea norteamericana, ya canonizados.
No obstante, la longitud de La familia real no responde tanto a premisas posmodernas (pese a algún que otro giro estético presente en este sentido) como a la asunción consciente del modelo clásico de novela de los siglos XVIII y XIX. Por más que Vollmann escriba sobra la suciedad y la putrefacción, el realismo que despacha no es nunca sucio ni perverso sino analítico y enriquecedor. Vollmann es ante todo un observador. Uno pertinaz, si se quiere, pues en pocas obras de esta envergadura encontrarán menos relleno que en La familia real. Todo en ella es enjundia. Toda ella es soberbia. Y esto es también de lo más infrecuente.
@FranGMatute