Miguel de Unamuno

Universidad de Salamanca, 2016. 436 páginas, 26 €

Con buen criterio, la Biblioteca Unamuno de la Universidad de Salamanca viene combinando en su línea editorial el rescate de textos inéditos o poco conocidos del insigne escritor con monografías dedicadas al estudio de su obra. Sus últimas entregas, además de ser dos espléndidos trabajos, responden a esta tónica. Por una parte, la edición de los once cuadernos de notas que se conservan del joven Unamuno, la mayoría publicados aquí por primera vez, junto con la "Carta a Juan Solís". Por otra, Unamuno. Ecce Homo: la existencia y la palabra, una recopilación de ensayos del gran conocedor del pensamiento español que es Pedro Cerezo Galán, quien ya dedicó en 1996 un esclarecedor estudio al agonista vasco, Las máscaras de lo trágico. Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, así como un importante capítulo de su monumental trabajo El mal del siglo (2005).



Se trata de dos obras de factura diversa, si bien en ambas luce en primer plano la calidad científica, el cuidado filológico y la pulcritud exegética: más abundante en referencias eruditas la labor del editor de los Cuadernos de juventud, más despejado de aparato crítico el trabajo de interpretación, original, incisivo, de Pedro Cerezo.



En el primer caso, Miguel Ángel Rivero Gómez (1979), autor de un acreditado estudio sobre el joven Unamuno, nos proporciona una rica base documental para aproximarnos a una de las etapas menos conocidas de la trayectoria intelectual de Unamuno.



A través de estos Cuadernos, que abarcan los años de formación e inicial madurez filosófica de Unamuno, entre 1881 y 1892, asistimos a su primera gran crisis de fe; a su intento de dotar de base científica a la vivencia subjetiva del alma, en cercanía al positivismo; a su proyecto inacabado de una Filosofía Lógica; a su reflexión en términos vivenciales del conflicto entre fe y razón; y también a su Crítica de las pruebas de la existencia de Dios, hasta adivinar un incipiente sentimiento de fatiga del racionalismo, anuncio de la gran confrontación con la experiencia del nihilismo que tan decisivamente marcaría a los autores de la generación del 98. Son años llenos de vaivenes teóricos, de presagios del contradictorio camino aún por recorrer.



En el segundo caso, estamos ante un retrato no menos íntimo que el que dibujan los testimonios de juventud del propio Unamuno, pero donde los tonos crepusculares y la complejidad del itinerario espiritual de toda una vida dotan de mayor enjundia a la caracterización del personaje: la de Cerezo es una fina lectura del perfil existencial e intelectual del filósofo, lograda desde la decantación de una larga familiaridad con su obra. Sin perder rigor académico, el texto desvela algunas claves significativas del pensar unamuniano.



En el centro de esta interpretación, el secreto de esa agonía interior de un "querer creer y no poder" que Unamuno mantuvo por fidelidad a la fe y la palabra poéticas, componiendo una suerte de renovada mitología romántica, cristológica, con la que dar respuesta existencial, pero también política, a la crisis de su tiempo. Al fondo, los ecos nietzscheanos de quien mantuvo con Ortega una singular confrontación y una "amistad estelar", no hacen sino arrojar mayor riqueza de contrastes en esta magistral lectura de Unamuno.