Guillermo Cabrera Infante
Los cortes que la censura franquista le hizo a Tres Tristes Tigres se mantuvieron hasta 1990: a pesar de que en la edición americana de la novela de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) había reintegrado al texto los fragmentos eliminados para complacer a la censura, sólo el traductor al alemán se dio cuenta de que en la edición en español había mellas y se las hizo notar al autor. Es decir: durante más de veinte años la novela se reimprimió obedeciendo las imposiciones del censor.En una nota titulada "Lo que este libro debe al censor", que escribió para la edición de Ayacucho en Venezuela, Cabrera Infante explica, con sus inesquivables juegos de palabras contaminando de ingenio cada párrafo, el túnel de 3 años que debió dejar atrás su obra para al fin posarse en las mesas de las librerías. La franja en azul de la edición original, que rompe sin llegar a afearla el espléndido blanco y negro de la foto de cubierta de Jesse Fernández, podía equivocar a más de un cliente despistado, pues estamos en 1967 y la franja avisa: Premio Biblioteca Breve 1964. Pero tres años de espera tampoco eran ningún record: La Playa de los Locos de Elena Soriano, impresa en 1955, tuvo que esperar 29 años para poder circular por las librerías.
Cuando Cabrera Infante decide presentarse al Premio Biblioteca Breve -que habían ganado Luis Goytisolo, García Hortelano, Caballero Bonald, Vargas Llosa- es un joven diplomático cubano instalado en Bruselas, autor de un libro que recopila sus notas cinematográficas y de un volumen de relatos. Ha sido un nombre importante en la gestión cultural de la primera hora revolucionaria pero ya le ha visto los colmillos al lobo: en 1961, cuando Fidel pronuncia en su alocución a los intelectuales y artistas cubanos su célebre "Con la Revolución, todo, contra la Revolución, nada", ya intuye que no hay mucho que hacer. El régimen, además, saboteará PM, la película coodirigida por su hermano Sabá y Orlando Jiménez: 14 minutos que se estrenaron en televisión y enseguida quedaron confiscados por las autoridades.
La novela de Cabrera Infante se titulaba Vista del amanecer en el trópico (que no debe confundirse con un libro posterior que ostentó ese título) y era un paseo nocturno, musical y lascivo, escrito en cubano, por La Habana pre-revolucionaria con instantáneas de la lucha armada que llevaría a Fidel al poder. Quienes le premiaban difícilmente podían esperar que la censura aceptase la publicación de la novela tal y como les llegaba (consulténse las espléndidas páginas de Carlos Barral en sus memorias sobre su constante forcejeo con los censores), pero quizá confiaban demasiado en su buena mano para llegar a algún acuerdo (lo habían conseguido con La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa, con Encerrados con un solo juguete de Marsé, con otras obras).
El primer informe no deja sitio a la negociación. Después de describir la novela como una sucesión de narraciones pornográficas entrecortadas con alusiones a la lucha castrista, a la que se alaba, la sentencia como una mala imitación del "nouveau roman" francés. No tiene solución: la propia concepción de la obra perjudica la posibilidad de que pueda arreglarse con unas tachaduras, y "dado su evidente carácter marxista", dice el censor, "NO DEBE AUTORIZARSE".
Un segundo informe añade información perjudicial: el hermano del autor vive en España y es conocido en los ambientes madrileños por sus actividades pro-comunistas. El censor se llamaba José Vila Selma, y para que el asunto no dejara de tener su gracia, además de libros sobre Feijoo, Quintana y Benavente (su novelista favorito era Ricardo León), había traducido Barrio Chino, un reportaje de Serge Groussard en el que se definía el Barrio como "un campo de concentración rodeado de alambradas invisibles". Tal vez lo que más molestaba al censor era encontrarse en una novela aquella algarabía tanto sexual como textual.
En esa época el escritor cubano estaba viviendo otra novela (que puede leerse en Mapa dibujado por un espía, crónica minuciosa de su última estancia habanera que fue publicada póstuma en edición de Myriam Gómez y Toni Munné: con latigazos de prosa rápida es, sin embargo, una de las grandes obras del autor). De regreso a Cuba por la muerte de su madre, cuando se disponía a embarcar de vuelta a Bruselas, es informado de que debe permanecer en La Habana hasta nueva orden. Cuatro meses y medio lo tuvieron allí, en una ciudad ganada por los espectros del miedo, donde cualquier vecino era ya un policía, sin que se le informase de qué suerte podía esperar ni de qué se le acusaba.
Fue allí, en aquella Habana kafkiana, donde Cabrera decidió reescribir su libro: para empezar le cambiaría el título. Cuando al fin lo dejaron salir y buscó refugio en España, Barral le informó de que no le quedaba más remedio que reescribir la novela. Cabrera le dijo que ya estaba en ello. Se encerró en un piso cerca de Atocha y dejó la novela originaria en 120 páginas: en unos pocos meses había escrito 300 páginas nuevas.
Uno de los cambios fundamentales afectaba a lo concerniente a la lucha revolucionaria: el exilio al que se le forzaba ayudaba a que simpatizara en eso con el censor. Se le ocurrió la genial idea de contar el asesinato de Trotsky según distintos escritores cubanos. Ahí están algunas de las páginas más deliciosas de un Cabrera vuelto ventrílocuo. La censura de nuevo complicó la autorización para publicar la novela: el censor tenía buena memoria y comienza su informe diciendo que la novela es la misma que trató de obtener su permiso un año atrás, el autor ha cambiado el título y ha sustituido los pasajes que cantaban la lucha revolucionaria por unos fragmentos sobre la muerte de Trotski donde no se sabe si ensalza al ruso o lo insulta, pero se había conservado el tono pornográfico, irreligioso y antimilitarista. Señala una infinidad de páginas que deben ser suprimidas. Si se aceptan la supresiones, al fin, el censor dictamina: "puede ser publicada".
Así las cosas, la novela salió finalmente hace ahora 50 años. Seix Barral la conmemora editándola íntegra y reproduciendo el expediente de la censura. En esta nota se ha dicho poco de Tres Tristes Tigres porque no es necesario repetir que se trata de una auténtica fiesta de la exuberancia, un artefacto formidable. En palabras del propio autor "una galería de voces, un museo del habla cubana, en la que generaciones por venir podrían oír hablar a sus ancestros". A la novela le pasa prácticamente lo mismo que a la noche habanera que es su más evidente protagonista: 50 años después sigue bailando, sigue a lo suyo, sigue hablando como sólo ella habla, distinguiendo sin remedio y con salvaje nostalgia que la vida, aquí definida como caos concéntrico, es justo lo contrario que la realidad -esa invención burócrata. Al final de la novela aparece este diálogo:
"-¿Jugando con la literatura?
- ¿Y qué tiene de malo eso?
- La literatura.
- Menos mal, por un momento temí que pudieras decir el juego. ¿Seguimos?"
Ojalá pudiéramos seguir. Seguir jugando con la literatura. Aunque sea malo para la literatura. Siempre será bueno para el juego, que es lo que al final importa.