Image: La duquesa ciervo

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Novela

La duquesa ciervo

Andrés Ibáñez

24 febrero, 2017 01:00

Andrés Ibáñez. Foto: Nicolás Ibáñez

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2017. 384 páginas. 20'50E€, Ebook: 12'99€

Aunque no resulte para nada excéntrico el interés de un narrador y lector como Andrés Ibáñez (Madrid, 1962) por el mundo de la fantasía a lo medieval, es inevitable reaccionar con cierta curiosidad cuando un novelista tan libre toma la decisión de sujetarse a las reglas y arquetipos de un género tan disciplinado y reconocible como ese.

De hecho, La duquesa ciervo recoge con gusto todos y cada uno de los elementos escenográficos, mitológicos o argumentales imprescindibles en esa categoría: sin detenernos a explicar ningún elemento de la trama, digamos que en esta novela aparecen cartografías imaginarias, héroes y princesas, magos y brujas y duendes y enanos, castillos, sortilegios, anagnórisis, guerras, josephcambelladas a destajo y muchas escenas de aventuras que, por cierto, tienen una vibración rítmica real y envolvente, algo poco habitual en los prosistas españoles metidos a contar aventuras.

Pero en todo caso, tratamos de decir que esta novela de Ibáñez es, en gran medida (especialmente durante su primera mitad), una fantasía medieval ortodoxa. Y al mismo tiempo (especialmente durante su segunda mitad), tiene algo ligeramente renovador, fresco, como si sutiles agujeros de gusano la conectaran con los otros universos narrativos de Ibáñez y con otras épocas imaginadas y mitológicas, sin ir más lejos la nuestra. En este sentido, la nota final de 'Agradecimientos' es reveladora: en ella, el autor señala las raíces de su escritura, que se reparten entre su devoción hacia Inglaterra y la lectura de dos obras estrictamente contemporáneas, Loba de Verónica Murguía y La puerta de los pájaros de Gustavo Martín Garzo. Lo primero explicaría el sometimiento gustoso a las reglas del juego genérico, las segundas apuntan a la naturalidad moderna con la que Ibáñez escribe, al mismo tiempo lúdico y poético. Y esto último, creo, es lo más destacado del libro, como retomaré al final.

En muchos de sus aspectos más visibles, La duquesa ciervo es tan convincentemente arquetípica que podría arriesgarse a ser menos imaginativa que fantasiosa, y hasta podría pensarse que a ratos practica un costumbrismo de lo fantástico. Durante muchas páginas, los prejuicios del lector le llevan a esperar un giro irónico o disruptivo que convierta la novela en "otra cosa", y sin embargo siguen sucediéndose escenas y personajes y recursos definitivamente cercanos a los que hemos visto muchas otras veces en docenas de clásicos (y sí, digan Tolkien o Lewis, digan ciclo artúrico o Juego de tronos, digan Gudú o Lady Halcón, y hasta Thorgal si me apuran); y esto es tan deliberado, es una propuesta tan conscientemente feliz de un narrador exigiéndose a sí mismo desenvolverse en un tablero definido con honestidad artesanal, que al final el gran espectáculo de este libro es la total ausencia de cinismo o pedantería reescritora en su planteamiento. Una fantasía medieval no es producto del gusto de todos, pero puestos a escribirla, la de Ibáñez es impecable y cautivadora, sometida a líneas e ideas universales y al mismo tiempo (no seamos ingenuos) muy personal.

Con todo, las dos cosas que más me interesan del libro son, por un lado, la ambigüedad irresuelta de su aproximación a lo masculino y lo femenino, a la naturaleza del deseo y las atribuciones genéricas. El narrador juega con ello, sutilmente, y así entrega algunas páginas memorables, como aquella en la que Aliso (una joven de belleza insalvable) observa por primera vez unos genitales masculinos.

Por otro lado, Ibáñez lleva años interesado en la idea de magia como poesía y al revés, esto es, de lo mistérico como una forma de entender y describir el mundo a través de un sólido entramado simbólico de correspondencias, analogías, signos. El molde de lo fantástico le sirve a Ibáñez para escribir largas páginas que entusiasmarían a Patrick Harpur o Alan Moore, páginas en las que la naturaleza y el hombre se comunican íntimamente para que cuajen un puñado de grandes ideas: el amor, el deseo, el silencio.