La seducción
José Ovejero
31 marzo, 2017 02:00José Ovejero
Lee las primeras páginas de La seducción
Ese estado, el de la ficción, el de la impostura, parece ser su medio, lo que permite que fluya con más credibilidad el discurso que sostiene el narrador de La seducción. El ángulo desde el que sitúa el objetivo lo determina la cita del ilustrado alemán Gotthold, "el verdadero poder está en la seducción", de ahí el título, aunque bien podría haber sido la vanidad, la venganza, el rencor, o la mirada del otro, pues todos son temas prendidos del mismo cebo. Y este es la tesis defendida: el inevitable despertar de nuestro ego frente a la mirada halagadora de quien nos admira.
Arrancan las páginas del libro desde la posición ocupada por Ariel, un escritor de 55 años ("una edad absurda", piensa), en Madrid, haciéndose preguntas sobre la situación extrema en la que confiesa estar desde que, por culpa de alguien, "echó a perder su vida". ¿Qué fue lo que le llevó a hacer suya una historia que no lo era? Quizá la necesidad de sentirse zarandeado por la realidad, especialmente tras cinco años estancado, sin publicar y sin sentir el veneno de la ficción. Le halagaba la admiración que por él sentía David, el hijo de unos amigos, con sus catorce años, introvertido y dulce. No pudo resistirse cuando este, tras recibir una brutal paliza, buscó su complicidad y su ayuda para vengarse de sus agresores.
El joven le invitó a implicarse en su historia y él, sin prever las consecuencias, se lanzó de cabeza en su trama, y en ella descubrió a un David desconocido, a un personaje que no conocía, violento y vengativo. La acción de esa trama es descarnada y cruda, y son muchos los cabos sueltos (violencia, justicia, diferencias generacionales, deseo), lo que agudiza su ansia de ficción, y así, la historia que vive se funde con la novela que necesita escribir. Y en ella anda, como por su vida personal, dolido y desorientado frente a este personaje que se ha vuelto protagonista de su vida (relegándole a él a "secundario"), le ha hecho perder las riendas de su historia y convierte en imprevisible el final de su novela. Y así nos deja, pendientes de esos puntos suspensivos sugeridores de hasta donde la realidad es motor y fuelle de la escritura.