Image: Vidas perfectas

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Novela

Vidas perfectas

Antonio J. Rodríguez

2 junio, 2017 02:00

Antonio J. Rodríguez. Foto: Luna Miguel

Random House. Barcelona, 2017. 190 páginas. 17€, Ebook: 10'99€

Todo narrador sabe el efecto determinante que tiene en el lector el inicio de un relato. Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) juega con maestría un arranque imantante en Vidas perfectas. La breve secuencia inicial encadena un pasaje de gozo y felicidad con otro de horror y ensañamiento. El recurso no supone nada por sí mismo. Podríamos encontrarlo como truco efectista de un banal best seller. Rodríguez, sin embargo, condensa en ese fragmento el contenido entero de su espesa novela. La estampa de alegría anuncia el tema, la vida plena de un matrimonio, Vera y Gael, y su hija adolescente Mika. La escena violenta sintetiza la salvaje muerte de la pareja a cuchilladas y martillazos en una sauna de Tokio. El narrador, Xavier, amigo de los difuntos y profesor de piano de la hija, predice, dado cuánto le intriga el enigmático suceso, una investigación.

Al conjunto de mimbres de la novela entrevistos en la presentación irá dando el autor sosegado desarrollo. La anécdota sangrienta sigue las pautas del thriller psicológico, mantiene el interés, aunque pasajes de corte especulativo lo desvanecen algo, y cuenta con el gratificante aliciente de un desenlace del todo insospechado. Las horripilantes muertes dan pie a una historia más de suspense que criminal y, en realidad, ésta tiene algo de pretexto o cañamazo para otros objetivos, de tipo filosófico. El leitmotiv de la novela, enunciado con demasiada insistencia, radica en las apariencias, en un aspecto muy concreto de ellas, la falsedad de unas vidas, las de Vera y Gael, que de cara afuera semejan el triunfo y el matrimonio sin tacha. A. J. Rodríguez desmonta el engaño y en ello saca a relucir el poso de maldad y engaño que alienta la farisaica imagen. Desnuda unas almas enfermas y podridas en una dura disección de psicopatologías.

La negra visión del mundo anímico se asienta también en la vivisección de Xavier, la cual añade al tema de las apariencias un desolador retrato del fracaso y del sinsentido vital extremo. Las trazas de la indagación en la identidad, la neurosis y la depresión remiten al existencialismo nihilista de hace medio siglo. Pero el autor moderniza este enfoque con una aportación muy personal. Saca esa problemática del ensimismamiento individualista y la emplaza en un contexto colectivo: trata dichos traumas como algo específico de la clase media. De este modo, la novela tiene no poco de testimonio, análisis crítico e incluso denuncia sociológica.

Sumado el estudio de los personajes principales y de otros varios también interesantes (Mika o Mitsuki, una extraña japonesa que comercia con su imagen en internet), resulta una historia con ambición un tanto antropológica. El bucle formado por el sentido de la vida, por la fantasía de una existencia plena y por un porvenir en la más absoluta soledad constituye el amargo núcleo de la obra, cuya desesperanza encuentra, sin embargo, un sorprendente lenitivo en la voluntad última de "renacer en vida".

Vidas perfectas destaca por la penetración en la cara oscura de la mente y por la hondura de los conflictos que presenta. A la densidad anecdótica le falta, sin embargo, la compañía de mayor exigencia estilística. La lengua es demasiado funcional y no se diferencian los personajes en el modo de hablar. Pero A. J. Rodríguez tiene el mérito de los escritores mejores, asumir el riesgo de abordar una intensa historia de pensamiento e ideas. Es una valiosa credencial para el futuro.