Pablo Cazaux
Cuando se incluye un libro dentro de la novela fantástica, como ocurre con el ganador del IX premio Tristana, Muertos a la carta, de Pablo Cazaux (Buenos Aires, 1967), se le presupone ya una ficción extraordinaria, o al menos cierta ambigüedad entre realidad y sueño, pero no se cuestiona que por extraño o inverosímil que parezca su contenido, este no tiene por qué ser ajeno a la realidad. Así lo defendía Borges, quien no dudaba en afirmar que el mundo está ya lleno de misterios, que los enigmas están ahí, formando parte de la existencia, y que son más importantes que las soluciones. Así que darles protagonismo es aceptarlos y aceptar su complejidad, no rehuirla.Tal reflexión viene a cuento porque Muertos a la carta no es solo un relato fuera de lo común, inquietante y embaucador, sobre vivos que no saben que están muertos y muertos que creen estar vivos. A esto se suma un punto de vista inaudito que acierta al desdramatizar con humor negro su visión de la frontera que separa los dos mundos, y al envolver la trama en una original y enigmática estructura, calculada para dosificar la intriga, jugar con la ambigüedad de sus intenciones y hacerse con la voluntad del lector de manera progresiva.
El primer plano de interés lo ofrece la idea de comprimir el tiempo externo en dos semanas, ubicar la acción en un misterioso restaurante (La Rêve), encabezar cada día con la receta pertinente y dejar que parezca estar en manos de su narrador protagonista, el chef que lo regenta. El ambiente de misterio lo refuerzan los misteriosos comensales que acuden, arrastrando su dosis de violencia para sazonar historias a la carta, se sientan en una mesa a la que se acerca de inmediato el enigmático chef, quien elegirá para ellos el menú que creen querer después de un rato de conversación aparentemente casual.
No hay rutina sino método en el trabajo de este anfitrión, les escucha y ofrece el plato ideal, descrito sin escatimar detalle. Pero un día llegan "una señora y un enano mudo", y trastocan las reglas, lo que le obliga a encontrar salida para esa historia y para la suya. Un desafío metafísico cuyo único final posible está fuera de la historia, pero también dentro. Como corresponde a una inventiva fabulosa.