Image: Crónicas biliares

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Novela

Crónicas biliares

Jorge Bustos

10 noviembre, 2017 01:00

Jorge Bustos. Foto: Alberto Di Lolli

Círculo de Tiza. Madrid, 2017. 224 páginas. 23€

En poco tiempo, el periodista Jorge Bustos (Madrid, 1982) ha publicado tres colecciones de ensayos. En las dos primeras, La granja humana (2015) y El hígado de Prometeo (2016), un tono analítico y brochazos de ironía, servidos por una prosa de alta expresividad, mostraban sus serias desavenencias con el tiempo presente.

Lo políticamente correcto no le importa nada a Bustos, empeñado en una personal batalla contra señuelos y trampantojos del posmodernismo. Si esto es así en libros de una primera madurez en que ocupar un espacio en los medios de opinión invitaría a la cautelosa administración del pensamiento libre, con qué mayor desembarazo no ocurrirá en la escritura juvenil, la de las páginas pergeñadas entre 2006 y 2008, siendo todavía un repelente niño Vicente en la Complutense, que selecciona en Crónicas biliares.

Los tres libros comparten una mirada descontentadiza sobre el mundo parecida, pero las “crónicas” tienen un sello distintivo. Lo marca la forma. Con propiedad no es un volumen de ensayos, aunque agaville 90 comentarios cortos de carácter especulativo. Su composición recuerda la de un dietario sin fechas. Y haciendo honor al gusto actual por esquivar las fronteras de género, resulta un texto de fondo unitario pero de ideación miscelánea: alguna pieza pertenece a la literatura pura (la II), otras tienen el aliento del cuento (así pueden leerse, al menos, la III, VIII, XII, XIII, XVII y LVIII) y en su mayor parte son reflexiones de discurrir digresivo. El caminar azaroso de las secuencias lo preside un yo narrativo explícito que apela dialécticamente a un destinatario.

Esta curiosa concepción de aliento vanguardista se corresponde con un aparataje expresivo libérrimo en el que Bustos se permite la greguería (“los leones eyaculan como aspersores de parque municipal”), la revelación surrealista (“ordeñar una hormiga” con el brazo) o la imagen gongorina. Y se toma la libertad de pasar de la descarnada estampa buñuelesca, las hipótesis ocurrentes a arduos debates intelectuales.

El humus en que han crecido las cavilaciones de Bustos es el de una juventud ariscada que da rienda suelta a una insatisfacción personal y colectiva. Las voces y locuciones malsonantes (pollas en vinagre, cabrón, dar por el culo,...) indican esa destemplanza reactiva. El elitista enfant terrible se rebela contra la mediocridad y el desdén de la alta cultura. Les opone un “periodismo lírico radical” en el que refulgen la brillantez analítica, la firme independencia de sus opiniones, las jocosas agudezas, la asombrosa biblioteca que lo sustenta y su estilo entre la seriedad doctoral y la informalidad insolente.