Javier Sierra. Foto: Asis G. Ayerbe
De Javier Sierra (Teruel, 1971), sabíamos su querencia por las sociedades secretas, por los iluminados, por la creación de tramas que viven por sí mismas como elementos narrativos de primer orden en su género. Tramas que le sirven y mucho en ese esfuerzo de contar con amenidad "lo desconocido".Evidentemente, todo esto forma parte del "universo Javier Sierra", y entenderlo es un pacto que rubricamos cuando accedemos a él en sus libros (La pirámide inmortal, El maestro del Prado, El ángel perdido, La dama azul, La cena secreta...) o sus divulgaciones. Sus escritos gozan de un público fiel a un autor eficaz y creíble en los asuntos sobre los que trabaja de forma rayana al estajanovismo.
Ocurre que en El fuego invisible, Sierra se gusta y se cuida de conducirnos por otros nervios narrativos que tenía escondidos y que tocan la filología, los accesos trascendentales de Valle-Inclán, los libros de viejo y una preocupación por pensar la literatura y sus poderes "divinos" (sic). Es, por así decirlo, una obra de cierta madurez en el género en la que hay un cuestionamiento continuado sobre la escritura, sobre el escritor y el compromiso del poeta con la magia. También es un homenaje a la lengua, y al valor sacrosanto de cada palabra en sí, aunque este punto pueda pasar desapercibido a la mayoría.
Sorprende el absorbente uso de la primera persona mediante su protagonista, el joven lingüista David Salas, quien en un extraño viaje a Madrid se ve envuelto (primer tópico) en las actividades de un conciliábulo llamado "La Montaña Artificial" y liderado por una escritora de misterio, Lady Goodman, que mantiene con la historia familiar de Salas una curiosa relación. A partir de entonces, los acontecimientos se precipitan a la manera del género (un descubrimiento lleva al otro, de una a otra latitud), y David Salas, eminente filólogo del Trinity College de Dublín, ya cae en los resabios "novelescos". Es esta una novela sostenida en dos basamentos que le dan sentido: la búsqueda del Santo Grial en la Península ibérica y la del fuego del acto literario.
Es de justicia reseñar, asimismo, que en lo tocante al misterio como tal, Javier Sierra no decepciona, aunque, a cambio, nos hace desfilar a una serie de personajes (los miembros de la sociedad secreta, directores de museo y hasta videntes) que, de maniqueos, bajan el nivel general de la credibilidad que podríamos dar a estos detectives aficionados en pos del grial.
Ya se ha dicho que hay madurez en Sierra, y se ve en el tono confesional del protagonista como último estandarte de una familia literaria conectada con lo invisible.
Sólo este recurso nos anuncia la "muñeca" del turolense en otro tipo de escritura más intimista, menos comercial, pero que le augura otro venero creativo sin renunciar a lo esotérico como telón de fondo. La estructura de los capítulos es simple (acaso hay una serie de e-mails intercalados que vienen añadir orden y cronología), pero todo en favor del capítulo/sorpresa en el que, a cada descubrimiento de los autores, accedemos a un dato desconocido sobre una parroquia perdida en el Pirineo de Huesca o un códice medieval, o a cualquier secreto histórico que va animando la narración hasta llegar a un final que "se huele", se intuye, desde el último tercio, pero que se asume como inevitable y necesario.
Ciertamente, a El fuego invisible le sobran personajes y acontecimientos secundarios, que ralentizan y hasta dispersan la lectura.
El libro, por cierto, guarda ciertas concomitancias con Los amigos del crimen perfecto de Andrés Trapiello en el uso grupal de bibliófilos y la metaliteratura de género. El ganador del último Planeta es un libro inteligente que sube por contraste -y por sensibilidad del autor en el abordaje de asuntos tangenciales- el nivel medio de los superventas. Mezclar trascendencia con aventura es cosa complicada, insisto, pero a ratos Javier Sierra lo logra cuando el misterio es el propio Hombre puesto frente al infinito.