El refugio de los canallas
Juan Bas
12 enero, 2018 01:00Juan Bas
A medida que pasa el tiempo desde que ETA anunció en 2011 el alto el fuego definitivo se incrementa a ritmo rápido el número de narraciones acerca del terrorismo vasco. Las obras sobre este asunto de Guerra Garrido, Atxaga, Lertxundi, Saizarbitoria, Aramburu o González Sainz anteriores a la declaración resultan manifestaciones aisladas en un generalizado silencio. En cambio, ahora mismo se acumulan, aparte del exitoso Patria del veterano Aramburu, los libros de Aixa de la Cruz, Edurne Portela o Katixa Agirre que afrontan aspectos plurales de la dramática realidad vasca reciente.Quizás la posibilidad de escribir en libertad, los intereses editoriales por explotar un filón todavía feraz, una moda estimulada por el señuelo del fenómeno social Aramburu, o una mezcla de todo ello, unido al deseo de una generación joven de intervenir en un conflicto de sus mayores del que no quieren excluirse, expliquen tal abundancia. Como sea, Juan Bas (Bilbao, 1959) se incorpora a esta corriente con El refugio de los canallas. No se suma gregariamente a la tendencia, sino proponiendo aportaciones personales. Primero respecto de la anécdota. La novela está concebida como un retrato panorámico de la sociedad vasca que se remonta, siquiera de forma incidental, decenios antes de la fundación de ETA, hasta 1946, y llega a 2015, cuando las pistolas han callado. La parte del león se la lleva, claro, el periodo de mayor virulencia desde los años 80. Pero la violencia no pertenece en exclusiva al fanatismo ideológico sino que está en la naturaleza humana, pues, tal como la muestra Bas, es anterior o independiente de éste. El relato abunda en agresividad privada, familiar y doméstica, con bastante de liberación de instintos primarios. El libro refleja un medio colectivo de inercias premodernas, de primitivismo y pulsiones rurales, aunque el escenario principal de la acción se localice en Bilbao.
El grado superlativo de esa violencia se encarna en el terrorismo etarra, en el fanatismo que conduce al asesinato a sangre fría. El libro ofrece suficientes casos que lo prueban: el gudari que asesina al hombre que le salvó la vida de niño, la chica que se pone al servicio de quienes mataron a su padre... A su lado, y no como justificación sino como dato ineludible de una realidad histórica terrible, el salvajismo etarra tiene su correspondencia en los GAL. A ello responde el título del libro, que aprovecha una conocida sentencia del pensador británico Samuel Johnson: "El patriotismo es el último refugio de los canallas".
La novela también tiene una impronta original en el modo de presentar el cúmulo de horrores, pasiones y patologías morales. Su forma responde al género criminal. Los hechos se encajan en una compleja estructura de breves secuencias con continuos saltos temporales que van mostrando un bucle de víctimas y verdugos. Entre los personajes se dan circunstancias de parentesco, vecindad o relaciones íntimas. Una composición circular funciona como metáfora del drama colectivo: en el primer capítulo y en el último unas ancianas, familiares directos de asesinos y asesinados, comparten los únicos frutos de la historia, amargura y demencia. Los hechos tienen trazas de reportaje con nombres reales apenas disimulados. No faltan pasajes melodramáticos y las casualidades rozan la inverosimilitud. Todo es intencionado, si bien con un punto de exceso, para que el relato mareante de una barbarie real deje aturdido al lector.