Palos de ciego
David Torres
23 febrero, 2018 01:00David Torres. Foto: María Faura
Palos de ciego arranca rememorando al hermano muerto de su autor, David Torres (Madrid, 1966). Ese hermano fue un año mayor que él y recibió el mismo nombre, David Torres, pero sólo vivió un día, según acredita el informe de una clínica que durante décadas de franquismo y postfranquismo practicó el robo de recién nacidos para entregarlos a otros padres. Así pues, ¿no caben dudas acerca de esa muerte instantánea? ¿Y si el otro David Torres sobrevivió con otro nombre, otra familia, otra biografía?Pocas páginas después, Palos de ciego parece arrancar por segunda vez, ahora desde un punto alejadísimo del anterior: Torres relata que durante veinte años quiso componer una novela extensa y ambiciosa cuyo título habría sido Borrón. Su intención era recrear un pequeño episodio del estalinismo consignado en las memorias de Shostakóvich: el régimen organizó un I Congreso de lirniki y banduristi ucranianos, un cuerpo de bardos ciegos que interpretaban un cancionero folclórico muy popular. En realidad, ese Congreso fue una excusa para reunirlos a todos y fusilarlos, puesto que eso era más sencillo que inculcarles el nuevo ideario soviético y conseguir que lo incorporasen a su arte. Pero concretar la naturaleza verídica de este hecho se fue convirtiendo, a ojos de un fascinado Torres, en algo cada vez más improbable: no hay pruebas de tales hechos, los relatos se contradicen, las razones de tal atrocidad resultan inconsistentes… Por esa y otras razones que se resumen en una (esto es, que la literatura es soberana de concretarse o no en manos de un autor), Borrón nunca fue terminada y tal vez nunca lo sea.
Así pues, un fantasma familiar cuya naturaleza permanece irresoluta, y las ruinas de una novela que nunca fue. De ahí parte Palos de ciego, dos extremos cuya unión imaginamos imposible. Lo que convierte este libro en extraordinario es la elegancia con que, muy al contrario, se conectan y multiplican desde el primer momento, con una naturalidad sorprendente. Partiendo de un paisaje de posibilidades, de hechos pasados sumergidos en niebla, sí, pero no del todo clausurados ("el pasado es una mina abandonada", leemos), las páginas de este libro parecen construir su estructura perfecta al mismo tiempo que van siendo escritas, correspondencia tras correspondencia; más aún, logran parecer escritas a medida que son leídas. El efecto es prodigioso, y contiene todo tipo de vericuetos inesperados: Torres regresa al Madrid periférico de los años 80, a la metáfora vertiginosa del alpinismo, al mundo cultural y ético de la Europa del este, y termina recalando en el Peter Pan de J. M. Barrie para encontrar, entre los ritmos y las melodías que dan forma a ese mito sobre la pérdida, un acorde pedal que permite releerlo en clave profundamente íntima.
Torres se sirve del lenguaje musical, del contrapunto a las armonías, para explicar Palos de ciego y su prodigiosa construcción, pero sería igual de exacto atribuirle una lógica poética a los insólitos pasadizos que establece entre lo real, lo posible, lo vivo, lo muerto, lo histórico y lo privado. El resultado es deslumbrante.
@Nadal_Suau