Manuel Longares. Foto: Jesús Marchamalo

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018. 225 páginas, 18,90 €

Explicaba Manuel Longares (Madrid, 1943) en el tomo donde recoge sus tres primeras novelas, La vida de la letra, su personal empeño narrativo: mientras que la literatura le pone letra a la vida, él prefiere ponerle vida a la letra. Por ello esas obras iniciales recrean antiguos relatos eróticos y libretos operísticos y zarzueleros. Alguna vez sus ficciones recogen un reflejo social, pero no es esta una veta suya relevante. Continuando con dicho peculiar interés, dedica ahora Sentimentales a ponerle vida a la música clásica.



Para solventar este objetivo emplaza Longares la acción novelesca en una ciudad provinciana anónima de un tiempo en que todavía se viaja en diligencia y que está estigmatizada por lo musical. Los lugares por donde se transita se denominan calle del Oboe, plaza del Motete, plaza Da Capo, rotonda de Anacrusa o parque del Gorgorito. Los lugareños se hallan fracturados en dos irreconciliables asociaciones, Corchea y Septimino. Tan embebidos andan en el arte de Euterpe que aplican confianzudas abreviaturas a los grandes compositores: Beetho(ven), Moz(art), Schum(man), Cho-p(in), Tchaiko(vski) o Rav(el). La protagonista se llama Armonía y un perro, cómo no, se apoda Barítono.



Otros datos más refuerzan la inmersión en lo musical de la ciudad, pero basta con los indicados para demostrarlo y, lo que importa más, para señalar el tono hiperbólico, la condición burlesca y la cualidad metafórica de la novela. Semejante ideación sostiene la trama argumental. El hilo lo proporciona la conflictiva relación sentimental entre el narrador, Angelín, y Armonía, ambos músicos, como es obligado, él pianista y ella flautista, que llegan a formar el dúo de cámara "Tu y yo". Tres momentos significativos de la vida de la ciudad diversifican la historia: el alboroto que causa el estreno de la pieza dodecafónica "Tiruri Fly", el amor loco y las disputas conyugales entre el corchea Angelín y la septimina Armonía, y una incierta visita filarmónica.



Cosas muy ocurrentes y disparatadas suceden en cada una de esas instantáneas locales y revelan el interés de Longares por construir un artefacto repleto de jugosas peripecias, cuyo logro se debe a su capacidad para la invención. El libro se puebla de escenas entre lo sarcástico, lo carnavalesco y lo visionario: una caravana de cojos que se dirige al auditorio, las prevenciones amorosas del narrador por sospechar que le huela el sobaco a aceite tras haber cocinado o la urgencia erótica de un notario que suspende la lectura de un acta para aliviarse en un prostíbulo. También, por supuesto, los personajes están seleccionados con un criterio esperpentizador que recalca lo estrafalario o lo caduco.



La locura argumental tiene debida correspondencia en un estilo brillante, antinaturalista, rebuscado, repleto de figuras retóricas y con sabrosos contrastes coloquiales que solo está al alcance de alguien con tanta creatividad verbal -y amor por el idioma, claro- como Longares. Y juntas anécdotas y lengua sustentan una indagación en torno a la peculiaridad que marca al conjunto de los ciudadanos, su propensión colectiva a ser sentimentales, a dejarse llevar por una exacerbada hiperestesia.



Frente al materialismo y economicismo que rigen el mundo actual, Manuel Longares fantasea una realidad alternativa regida por las emociones desbocadas. Que tampoco resuelve nada porque, como dice el eximio costumbrista local Custodio de Abolengo, "Els sentimentals són un perill per a les families y les nacions". Como sea, y sin buscar tesis alguna, nada impedirá al lector disfrutar con esta vasta farsa de un escritor muy cervantino y algo sentimental él mismo.