Clara Usón. Foto: Iván Giménez
La historia de la literatura es una continuada vuelta a unos cuantos asuntos básicos. Aunque los cambios sociales y técnicos hayan aportado a la novela anécdotas nuevas, contra lo que pensaba Ortega y Gasset hace un siglo, en el fondo siguen con vigor algunas inquietudes seminales. El reto reside en darles una formulación original. Esto es lo que hace Clara Usón (Barcelona, 1961) en El asesino tímido. En realidad, su novela ahonda en un problema mil veces tratado, el descenso a los infiernos de una persona con graves conflictos íntimos. Pero, en lugar de abordar la exploración de modo convencional, la acomete con notable singularidad y con osadía formal grande, méritos descollantes del libro que deben celebrarse.Para indagar y penetrar en las zonas más afligidas de la conciencia, Usón monta una narración autobiográfica con tintes novelescos. Toma como motivo inicial un vivaz recuerdo de juventud, la misteriosa muerte de una actriz de cine porno, Sandra Mozarovski. Estudia aquellos tiempos del destape con amplio trabajo hemerográfico, empareja su circunstancia con la de la presunta suicida y establece un paralelismo entre las dos jóvenes, ambas luchadoras para conquistar el futuro y ambas también camino de la autodestrucción. La actriz pagó el más caro precio por su ambición (¿fue amante del Rey emérito?, se anota varias veces) y la autora evoca desde el presente el arduo camino de la supervivencia, tras superar la visita a las drogas e intuir el camino que lleva a la nada.
Esta línea anecdótica destacada no es única y se va trenzando con otras: la relación con la madre, la rebeldía juvenil frente a las imposiciones de los adultos para lograr una libertad quimérica y la educación femenina dentro de los estereotipos de género (no por casualidad se cita la novela Daniela Astor, de Marta Sanz). Aunque sean cuestiones de traza individual, no se abocan a un relato intimista porque, a la vez, se injertan en una exposición colectiva que vale por el retrato generacional, prioritariamente femenino, de la promoción que llegó a la madurez en el ocaso de la dictadura franquista.
El conjunto de cuestiones que plantea Usón resultan corrientes en nuestra prosa actual. Y su visión desencantada tampoco es nueva. La manera de afrontar la materia sí ofrece, en cambio, la impronta de una narradora con destacada personalidad. El argumento adopta la forma de un puzle que salta de repente de la actriz porno a la autora. El punto de vista de la narradora se diluye en el de otros personajes. La anécdota se enreda en citas y comentarios de Wittgenstein o Camus. Al final sale un intencionado popurrí psicológico, sociológico y ensayístico que la propia autora justifica como un rechazo de la novela unitaria, a la que contrapone la "escritura desatada" cervantina, y una apuesta por el desorden.
Cierto que semejante enfoque requiere del lector algún esfuerzo, pero ni supone un experimentalismo desquiciado ni presenta arduas dificultades. Es prueba de una escritura exigente y seria, valiente en fondo y forma, que produce un magnífico resultado en la recreación sin pudor de una emotiva peripecia personal dentro de un específico contexto histórico.