Por más que se sustente sobre las mismas premisas que cualquier historia de fantasía o ciencia ficción, una novela de corte realista protagonizada por animales que no solo interactúan con humanos sino que reflexionan sobre sus realidades cotidianas parece tener la habilidad de incomodar a ciertos elevados lectores. “Para mentes abiertas”, señala la editorial en la nota de prensa que acompaña a estas Memorias de una osa polar (2014), de la escritora Yoko Tawada (Tokio, 1960), y uno entiende, nada más comenzar su lectura, a cuento de qué viene tan sutil y acertada advertencia. Es por nuestro bien, ya lo adelanto, pues craso error cometerá quien se deje vencer por estas miopías. Se perderá, seguramente, una de las grandes sorpresas de la temporada.
Todo en Memorias de una osa polar funciona. Desde la elegante y calculada prosa con la que está escrita a su acertada estructura, construida sobre tres piezas separadas protagonizadas por tres osos polares diferentes que comparten, sin embargo, línea directa de parentesco, de ahí que sus vidas se entrelacen. Contando su historia familiar se relatan de fondo algunos de los grandes dramas del siglo XX, en particular aquellos provocados por los totalitarismos. Contemplando sus vidas en privado seremos a su vez testigos de algunas de las mayores atrocidades cometidas por el ser humano, no ya sobre los propios animales sino sobre nosotros mismos. Tawada evita de este modo sucumbir al modelo fácil de la fábula o de la novela de tesis. Nada es simple en esta obra repleta de metáforas deslumbrantes y hondas reflexiones sobre el feminismo, la maternidad, la censura, el medioambiente, el racismo, el capitalismo salvaje, la fama así como la propia escritura, que invitan siempre a una doble (o triple) lectura. Lean con un lápiz en la mano. No dejarán de subrayar frases inteligentísimas, vertidas, claro está, por osos polares.
Todo funciona en 'Memorias de una osa polar', desde su elegante y calculada prosa a su acertada estructura
Especialmente brillantes me han parecido, por ejemplo, los paralelismos que se establecen entre la excitante vida en el circo (donde dos de los osos “trabajan”) y los regímenes comunistas. La extraña relación que se establece entre estos osos y sus (casi siempre) bienintencionados cuidadores ofrece mil y una aristas interpretativas sobre lo que implica vivir sometido, felizmente sin libertades. Tawada acierta de lleno al plasmar estas contradicciones desde dentro, a través de la voz del más débil, cuya percepción de la realidad es a su vez sesgada, lo que convierte a los osos, lógicamente, en observadores no válidos. Sus puntos de vista son, en el mejor de los casos, de lo más naif. Se vuelve así el relato tremendamente incómodo, por no decir doloroso, toda vez que quien narra cree vivir en plenitud, cuando la realidad es otra bien distinta. Gracias a este planteamiento tan efectivo, la novela se presenta como un juego incesante de profundos cuestionamientos morales, nada complacientes.
De un modo un tanto extraño, dicho planteamiento se me antoja similar al seguido por el polaco Jerzy Kosinski en su muy ácida obra Desde el jardín (1971), donde a través de lo aparentemente naif se realizaba también una lectura de la realidad mucho más rotunda que la ofrecida desde la supuesta ortodoxia de los ricos y poderosos. No tendrá nada que ver (o sí), pero, curiosamente, tanto Kosinski como Tawada han desarrollado sus carreras fuera de su país de origen, utilizando a su vez un idioma no materno (ésta de Tawada fue escrita originariamente en alemán). Todo un órdago literario e intelectual, toda una forma de estar en el mundo.
Más allá de la profunda carga filosófica que arrastra, Memorias de una osa polar es por encima de todo un texto emotivo, íntimo y (a pesar de estar protagonizado por animales) muy humano, a la par que implacablemente culto, como lo demuestra su mordaz reenfoque de lo ocurrido hace no tanto en la Rusia soviética y la Alemania del Este. Franz Kafka, Soren Kierkegaard, Lev Tólstoi, Isaak Bábel o Jean Genet son, por otro lado, nombres que pululan con soltura por sus páginas. Yoko Tawada no da por tanto ninguna concesión al lector. Su novela se presenta así como un extraño híbrido funcional entre el clásico Rebelión en la granja (1945) de George Orwell y el exitoso Firmin (2006) de Sam Savage. Con todos estos ingredientes, debería encontrar millones de lectores.