Ignacio Gómez de Liaño. Foto: Antonio Heredia
La vista de aquello que se ve presupone la existencia de lo que no vemos. Esta fórmula, que le he robado al lulista Robert Pring-Mill con toda la intención (porque Ramón Llull bien podría ser una referencia del autor que nos ocupa), se aplica con elegancia a la experiencia de leer El Juego de las Salas de Salas, esta nueva novela de Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946). Me explico: lo que el lector "ve" al afrontar este libro es un viaje imaginario o quimérico cuyo destino final es la ciudad de Musapol, territorio simultáneamente tecnológico y arcano cuyas arquitectura y distribución geográfica presentan correspondencias de orden poético-geométrico repletas de significado e intencionalidad. De algún modo, como anuncia su título saltarín, la novela también es la historia de un juego poético y artístico, ese Juego de las Salas de (Gregorio) Salas, fruto de la imaginación sucesiva de varios creadores que habrían acabado dando a la luz un dispositivo múltiple, narrativo y enigmático que sirve como metáfora de la vida y de la búsqueda de conocimiento, e incluso como herramienta mágica, "en el sentido de provocar cambios interiores".De hecho, ese Juego de las Salas se recrea al final del libro, utilizando como base los materiales de una exposición que Gómez de Liaño presentó en 2016 en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza bajo el comisariado de Aramis López. Esta especie de doble viaje, realizado sobre la superficie del mundo pero también sobre el diagrama del juego, avanza morosa y descoyuntadamente, precedido por una serie de largas conversaciones iniciáticas, y tiene como protagonistas principales a dos amigos, Alejo y Jaime, dispuestos a afrontar las paradojas, contradicciones y límites del propio Yo. Al fondo de esta aventura, aunque no se le quiera conceder excesiva importancia, late la Historia del final del siglo XX, con la caída de la utopía comunista como punto de quiebro que permite liberar otras posibilidades utópicas menos burocráticas.
Y hasta aquí mi resumen de lo que se ve en El Juego de las Salas de Salas; luego está lo que no vemos y sin embargo es imprescindible para entender el libro, lo mismo que para decidir si queremos embarcarnos en él. Porque esta es una propuesta que exige, me parece, una extraordinaria complicidad con sus planteamientos y los de su autor. Así, no cabe transitar estas páginas sin tener presente la trayectoria anterior de Gómez de Liaño, especialmente aquellos libros que ya habían explorado territorios parecidos: Musapol y su producción ensayística, pero también Arcadia, Extravíos y hasta el descomunal diario En la red del tiempo. Aquí y allá, pero especialmente a lo largo del primer tercio, este volumen roza la condición de juego privado en el autor y sus lectores recurrentes, o entre el autor en 2018 y sus anteriores encarnaciones en forma de narraciones semejantes, pero no idénticas. No diré que el no iniciado quede excluido de estas páginas, sobre todo porque el experimento poético del Juego en sí permite una aproximación y un uso muy libres; pero nuestra lectura es de otro orden.
Atendiendo al trabajo de Gómez de Liaño a lo largo de décadas llegamos a otro vasto continente que estamos obligados a ver si aspiramos a movernos con un mínimo de comodidad por El Juego de las Salas de Salas: me refiero a una doble tradición, filosófica y literaria, que enmarca los esfuerzos del autor. Por un lado, en estas páginas se cita a menudo a Giordano Bruno, filósofo, "mago" en sentido imaginativo, punto álgido junto a Llull y Giulio Camillo de un "arte de la memoria" entendida como filosofía práctica capaz de generar cambios en la realidad. En manos de Gómez de Liaño, esta tradición desemboca en una revisión profunda del Yo (que es contemplado como un nexo de circunstancias, correlaciones y estados) y en una "erotología", es decir, en la convicción de que el amor, entendido como "proceso de unificación", rige los pasos del individuo que aspira a la sabiduría. Cabe decir que el abanico de referencias que maneja Gómez de Liaño habrían sido heterodoxas en la generación anterior a la suya (¿quién se manejaba en territorios semejantes, si exceptuamos a Cirlot, Serra, De Ory, tal vez algún otro?) y excéntricas a partir de la siguiente; pero en su propia generación, llegada a la juventud en los 60, esta mezcla de pensamiento, magia y simbolismo ha sido un camino, minoritario, enraizado en el espíritu de época, con referencias y ritos universales reconocibles y descifrables en lo sociológico. Nada de esto le resta personalidad propia al trabajo de Gómez de Liaño.Estamos ante un viaje a tierras imaginarias, mundos que son y no son, que existen y no existen. Un espejo crítico frente al mundo real
En lo literario, recuperemos una idea fundamental: estamos ante un viaje a tierras imaginarias, mundos que son y no son, que existen y no existen. En definitiva, lo que Cristóbal Serra llamaba un "viaje quimérico". Estos viajes siempre se emprenden para alcanzar la sabiduría, pero también permiten, por el camino, plantar un espejo crítico frente al mundo real, que en El Juego de las Salas de Salas se revela crematístico, superfluo, turístico.
@Nadal_Suau