Image: Arre, arre, corrector / El fill del corrector

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Novela

Arre, arre, corrector / El fill del corrector

Adrià Pujoll Cruels

27 julio, 2018 02:00

Adrià Pujoll Cruells (izquierda) y Rubén Martín Giráldez. Foto: Raquel Calvo

Edición bilingüe. Traducción de Rubén Martín Giráldez. Hurtado y Ortega Editores. Barcelona, 2018. 208 páginas. 17,99 €

Libro múltiple, Arre, arre, corrector (El fill del corrector en catalán) es, en origen, una aproximación de Adrià Pujol Cruells (Begur, 1974) a su padre, hombre culto que ejerció como corrector lingüístico de Josep Pla. Escrito en catalán, ese primer libro explora las herencias que condicionan al escritor. Herencias, digamos, institucionales: la familia, el canon, la lengua literaria homologada, el circuito estrecho de la ‘vida cultural'. Por eso, el libro se desliza pronto del retrato paterno al intento filial de constituir una lengua, un estilo, un hogar propios. Pujol forma parte de una generación que está reformulando el catalán literario y sus formas narrativas con desparpajo, y su centenar de páginas son ejemplo perfecto de esa marea casi libertaria: "M'impressiona, la paraula literatura", escribe Pujol, una afirmación que contradice su propia escritura descarada, tan subversiva en el fondo que ni siquiera necesita hacer bandera de ello.

¿Queda sepultado el padre bajo el traductor, la traducción bajo su comentario, la agudeza bajo las citas...? En absoluto. No leerán nada mejor este año

Pero esto sólo es el principio, porque El fill del corrector ha visto la luz en edición bilingüe, acompañado por la traducción de Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola, 1979), que valida desde el título esa idea de Mounin según la cual una traducción es siempre una bella infiel: ese desbocado título, Arre, arre, corrector, abre la puerta a convertir el volumen en la lectura más divertida e irrefrenable de los últimos tiempos. Martín Giráldez, nuestro hombre en Rabelais, narrador unabomber y traductor destinado a vertebrar la biblioteca de su generación, se lanza sobre el modelo de Pujol Cruells para alterarlo añadiendo fragmentos (¡e incluso publicidad!), suprimiendo otros, maqueando matices… En definitiva, declarando el derecho del texto a ser expropiado. El resultado es una versión dionisíaca, tan poco impresionada por la literatura como la original, esto es: tan dispuesta como ella a abrir camino y respirar más allá de la academia. Tan literaria, por fin.

La multiplicidad nos alcanza en las notas a pie de página, territorio narrativo fértil gracias a David Foster Wallace hasta que se convirtió en cliché por culpa de sus epígonos. Aquí, esa periferia textual vuelve a brillar como una autopista eléctrica de ideas, convirtiéndose en un diálogo autor-traductor hilarante, a veces incómodo y tenso, otras feliz. En estas notas ocurre de todo: intervienen los Editores, otorga sus bendiciones el Padre, se establecen discursos lúcidos en torno a la convivencia de lenguas en Cataluña...Una voz razonable (todos tenemos una, qué remedio) se preguntará qué clase de figura puede surgir de este Twister autoral, lingüístico e intencional: ¿queda sepultado el padre bajo el traductor, la traducción bajo su comentario, la agudeza bajo las citas…? En absoluto, tal vez porque en última instancia corrección, traducción y hasta escritura son convocatoria-metáfora-extensión de la lectura, y ahí entramos nosotros, dispuestos a colocar brazos y piernas (textuales) como decidamos: el lector también expropia.

Por si no quedó claro, lo pondré fácil: no leerán nada mejor este año.

@Nadal_Suau