Pablo Aranda. Foto: Francis Silva
El inicio de La distancia produce la impresión de enfrentarnos a un dificultoso rompecabezas. Noticias varias relativas a personajes algo enigmáticos y a asuntos un tanto misteriosos andan dispersas en muy breves secuencias narrativas. De modo que las primeras páginas anuncian un complejo nudo de intereses que presagia un relato criminal, una peripecia alimentada con secretos recónditos y una intensa historia amorosa. Tal manera de plantear el argumento no supone un hándicap insuperable sino un meditado incentivo. Seguirá jugando Pablo Aranda (Málaga, 1968) en el resto del relato con un enfoque que prefiere insinuar o esbozar los sucesos a explicitarlos, pero, al fin, la anécdota global adquiere perfiles bastante nítidos. El lector asume, así, el papel de cooperador necesario en la reconstrucción de la historia. De todas maneras, la técnica de esquivar datos se lleva demasiado lejos y un par de personajes (Marta o el policía apodado el Coronel) se quedan en esqueletos.El puzle contiene las traumáticas andanzas de Emilio, traductor del árabe. En los años estudiantiles en Granada conoció a una joven marroquí, Tamar, con quien convivió. Por respeto a sus tradiciones, la chica se casó con un hombre poderoso de su país, Touzit, con quien tuvo dos hijas, aunque no abandonó el trato con su pasión tempranera. Las amenazas de muerte del marido a la mujer al pretender ella el divorcio obligan a Emilio a intervenir y se ve mezclado en un dramático enredo. Los sucesos que lo rellenan dan lugar a una miscelánea narrativa en la que se asocian novela de aventuras, de suspense, policiaca, romántica e incluso relato social.
Estos modelos sirven de plataforma para una densa narración intimista y psicologista. Un motivo fundamental de La distancia es la identidad: Tamar es moderna y libre, pero no por completo; Emilio se mueve en la frontera geográfica y mental de lo español y lo marroquí. También aborda el amor, la maduración personal, la complejidad del mundo, la felicidad, los límites del valor y el destino. En conjunto, hace una exploración de los condicionantes personales que abarca un retrato de la naturaleza humana. En nuestra especie domina una situación generalizada de angustia, y temor a la realidad, solo contrarrestada por la confianza en el futuro.
La experiencia íntima de los protagonistas se articula, por otra parte, sobre una aguda vivencia del tiempo. La repetida asociación de momentos y emociones distantes, dilatados a lo largo de 20 años, le da a la historia notable densidad. Al final, la vida se presenta como un círculo y a la vez como una incógnita. No se aclara qué hará mañana Emilio, pero no es casual que en el comienzo y el final de su historia confluyan Tamar y Marta. El anagrama de los nombres de las chicas las diferencia y las aproxima y con este juego el autor parece señalar que la existencia tiene un sentido tan inevitable como incierto.
Pablo Aranda ha escrito una especie de novela de caballerías en la que trenza dilemas psicológicos, acción y sugerentes ideas. Esta calculada mezcla le permite lanzar una inquietante moraleja dentro de un excelente relato: el gran peso del azar en la vida y cuán complicada puede resultarle a una gente común e inocente.
De la distancia a la distancia
La distancia era un manuscrito fallido de 300 páginas, no era nada. Llevaba unos años en un cajón y decidí leerlo por si me parecía salvable. Consideré que sí. Reconocí mi escritura. En la primera lectura perdió 50 páginas, casi 100 más en la segunda. Me interesó la trama y algunos elementos que son mis elementos de siempre. La persona integrada que no lo está tanto, algo que se tuerce de repente, la paternidad, los pasos que damos hacia donde se suponía que no íbamos a darlos, cierto tono de western en un territorio cercano y fronterizo, amor y pasado. Luché por un ritmo nuevo. Varias reescrituras hicieron que La distancia se convirtiera finalmente en La distancia.Pablo Aranda