El país de Toó
Rodrigo Rey Rosa
18 enero, 2019 01:00Rodrigo Rey Rosa. Foto: Casa de América
La novela política surge en los países en conflicto cuando un autor, comprometido con una determinada situación social, siente la necesidad de denunciar injusticias, arbitrariedades o abusos de autoridad. Y lo hace con dos fines principalmente: el primero, que los ciudadanos sean conscientes de la realidad y consigan -tal vez- agruparse para vencerla; el segundo, darla a conocer más allá de las propias fronteras para que otros sepan lo que se esconde desde la todopoderosa maquinaria institucional. En ocasiones, el escritor delata la corrupción policial, la judicial o la que se oculta tras el poder; a veces se trata de mostrar cómo actúan las fuerzas extranjeras interfiriendo en la política o en la economía doméstica; otras, esa literatura refleja la manipulación, el chantaje o la violencia de las autoridades. Aunque ninguna zona del planeta vive ajena a problemas y enfrentamientos, en Iberoamérica estas novelas tienen un especial caldo de cultivo y destacan por su frecuencia, hasta el punto de haber dado origen a subgéneros narrativos que los describen y los analizan con especial solvencia.En El país de Toó, Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958) ha escrito una novela política en la que muestra las hostilidades entre una organización social maya y el gobierno de una pequeña república centroamericana. El interés desmedido de algunas empresas mineras sobre esos territorios hace surgir la confrontación porque los indígenas, convenientemente dirigidos por sus líderes, empiezan a cansarse de su desventaja. En el desafío serán protagonistas, sin quererlo, Jacobito, el hijo del potentado Emilio Carrión, la nana del niño y el antiguo chófer de don Emilio, un Cobra camaleónico hasta en el nombre, hijo de un juez salvadoreño y de una bailarina de Río de Janeiro.'El país de Toó' recuerda, en el carácter laberíntico de su planteamiento, a las novelas clásicas lationamericanas
Rey Rosa ha creado un texto complejo, alejado de la linealidad, una especie de puzzle en el que las escenas aparecen como bloques, con personajes de diferentes niveles sociales que pugnan por mantenerse a flote en los momentos de incertidumbre; también en lo personal, lo familiar y lo afectivo. Al mismo tiempo, ha escrito una novela política en la que describe enfrentamientos entre una autoridad legalmente reconocida y unos indígenas que tratan de defender lo que creen justo, conflicto que también compromete a una ONG. El país de Toó recuerda, en el carácter laberíntico de su planteamiento, a las novelas clásicas latinoamericanas -piénsese, por ejemplo, en el mejor Vargas Llosa-. También en su estilo, que merece un capítulo aparte. Rey Rosa escribe una prosa muy rica, llena de matices, que consigue un doble efecto: en los diálogos, suena como si el autor hubiera sido capaz de reproducir diferentes tipos de habla, entre ellas la de los aborígenes; y en los pasajes narrativos, crece creando una atmósfera envolvente mientras da en la diana de lo que se quiere decir en cada momento. Por todo ello, El país de Toó exige un lector muy atento, capaz de visualizar las piezas diseminadas y unirlas. Como un clásico.