Mañana tendremos otros nombres
Patricio Pron
29 marzo, 2019 01:00Patricio Pron. Foto: Jeosm
En las primeras páginas de Mañana tendremos otros nombres asistimos al final de la relación de pareja que mantenían dos personajes a los que en todo momento conoceremos sólo como Él y Ella. Desolado, Él llega a pensar que "ningún libro era necesario" ante la dureza de una ruptura, es decir, que al final carece de importancia perpetuar la propiedad individual de un libro o extraviarlo entre las pertenencias del otro. A continuación, rompiendo las expectativas que despierta semejante planteamiento "sentimental", Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975) narra no tanto una historia de desamor como el complejo estado de un mundo (un cierto mundo: occidental, urbano, profesional) en el que las relaciones personales se circunscriben a las leyes del mercado, y en el que cualquier forma de responsabilidad o generosidad en los afectos se convierte en un manifiesto político.Así, el texto llegará a ser muy emocionante en su esperanzado final, para mí epifánico, pero el camino está construido mediante una prosa analítica, inquisitiva incluso, en la que cada latigazo de ironía sirve para remachar un cierto número de reflexiones sobre las redes sociales, la reducción del lector a la marginalidad del emboscado, la volatilidad de los encuentros entre individuos, la tensión entre el agotamiento de la fórmula monógama convencional y la fragilidad de la propuesta poliamorosa, etc. Pron hace que las ideas circulen en sus páginas como acciones narrativas, que las ideas sean la trama y tomen cuerpo en forma de fenómenos estrictamente contemporáneos: grupos de Whatsapp, fotografías no solicitadas de penes erectos ("tótem de la urgencia", los llama en una fórmula memorable), conversión del paisaje de la ciudad en territorio franquiciado...
No es azaroso que, en Mañana tendremos otros nombres, Él y Ella sean, respectivamente, un escritor de ensayos y una arquitecta: pensamiento y estructura vehiculados a través de dos prácticas muy creativas (aunque sólo en contadas ocasiones trasciendan hasta lo artístico) que para tener sentido pleno requieren algún tipo de compromiso con la vida pública, con el presente y quienes lo habitan. La novela pone el diseño narrativo (su estructura) a trabajar en el compromiso contra la lógica imperante del miedo, eso que Mark Fisher llama "realismo capitalista", sorprendentemente parecida a la mentalidad de un depresivo y según la cual el estado de cosas es irrebatible y no hay alternativa. También se compromete en el rechazo al giro reaccionario que vivimos hoy, ese empeño en enterrarnos bajo viejas identidades constrictivas. Hay una profunda curiosidad por lo real y sus demandas en este libro que, frente a esos "tótems" erguidos y nervados que circulan por chats privados de ligue, se alza como un talismán frente a la urgencia.Pesa sobre el lirbo una idea de amor desgarrada. Al final el lector recuerda por qué algunos libros sí son necesarios
Y pesa sobre el libro una idea de amor hermosa y desgarrada que podría remitir al Bernhard de Maestros antiguos, y en él reencontramos la prosa cerebral del autor aplicada a un asunto a priori novedoso para él, y el resultado es magnífico. Descubrimos por todas partes conexiones con lo mejor de la teoría feminista, con los debates en torno a nuevas masculinidades o nuevas redes afectivas, y sorprende que todo ello logre tomar forma narrativa, con algunas escenas notables (por ejemplo, el viaje a Brasilia de Ella). En las últimas páginas, Él y Ella toman una decisión desafiante que vincula lo privado con lo político y el amor con las ideas, y el título adquiere sentido pleno. Es en ese momento cuando el lector recuerda por qué algunos libros sí son necesarios (no su posesión sino su escritura, no su canonización sino su lectura), a saber: "Todas las personas que se habían resentido del estado del mundo -es decir, todas las que habían actuado con sensatez- habían expresado su disenso a través de la palabra escrita".