Mary MacCarthy en los años 30. Foto: Impedimenta
Con la misma mirada irónica y brillante con la que desnudó su infancia y su compleja relación con su madre en Apegos feroces, o sus soledades en y sin compañía de La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick (Nueva York, 1935) se convierte ahora en la cómplice necesaria de la legendaria Mary McCarthy para explicar hasta qué punto le influyó como escritora y como mujer desde que descubrió sus escritos a mediados del siglo pasado.
"Cuando teníamos veintitantos años, en la década de los cincuenta”, explica Gornick en el prólogo de El oasis, “leíamos a McCarthy por lo mismo que otras leían la Biblia: para entender mejor quiénes éramos y cómo íbamos a vivir”. Entonces, confiesa, cuando parecía que el único porvenir posible para una joven ambiciosa era el matrimonio, sumergirse en las novelas y relatos de McCarthy ayudaba a descubrir cómo sortear las convenciones sin que ni el casamiento o la maternidad fuesen siquiera mencionados. McCarthy ayudaba a una generación inquieta “a vernos a nosotras mismas como Nuevas Mujeres, jóvenes trabajadoras independientes que salían al mundo a buscar el tipo de aventura que podría hacernos más fuertes, no más pequeñas, porque nos proporcionaría las armas de la experiencia”.
La afilada prosa de McCarthy, teñida de feroz ironía, no hacía enemigos, sobre todo cuando escribía sobre hombres. Sus personajes masculinos “no eran unos granujas, eran ridículos”, subraya Gornick, que recuerda cómo al retratarlos “bañados en desprecio” lograba que sus jóvenes y titubeantes lectoras “nos sintiéramos ensalzadas”, antes incluso de comprender hasta qué punto leerla había transformado la manera en que varias generaciones de lectoras comprenderían en un futuro no tan lejano las relaciones sentimentales.
Una infancia dickensiana
Pero empecemos por el principio. Mary McCarthy nació en Seattle en 1912. Sus padres murieron en 1918 con unos días de diferencia por culpa de la mal llamada “gripe española”, y los cuatro hermanos McCarthy (Mary era la mayor) fueron adoptados por sus abuelos paternos, que los llevaron a vivir al Medio Oeste. Educados por un tío especialmente severo, fueron aquellos unos años terribles, sufridos en condiciones dickensianas de vida, que Mary retrataría más tarde en sus Memorias de una joven católica como ”atroces para la mente, el cuerpo y el espíritu”.
Rescatada por sus abuelos maternos, volvió a Seattle, pero la opulencia y felicidad de su adolescencia apenas pudieron compensar lo sufrido en su niñez. Cuando ingresó en la prestigiosa universidad de Vassar, ya era, según Gornick, “la persona completamente formada que sería durante el resto de su vida: hermosa y brillante, dotada de una mirada desprovista de sensiblería, de una mente increíblemente despierta y de una lengua temida por todos por su portentoso sarcasmo”.
Tras acabar sus estudios superiores, en 1933 se casó con Harald Johnsrud, actor y aspirante a dramaturgo, pero aunque la relación acabó tres años después, le permitió conocer a James Farrell, un célebre novelista de izquierdas que resultaría clave en el nacimiento de El oasis. En efecto, tras su divorcio solía pasar las tardes de los domingos en casa de Farrell, donde conoció a gente del mundillo editorial y muy pronto comenzó a publicar reseñas de libros en periódicos y revistas como la Partisan Review, The Nation o la Harper's Magazine. “En menos de un año -escribe Gornick- su presencia elegante, atractiva y terriblemente despierta era reclamada en todas las fiestas literarias de izquierdas”.
De la política a la literatura
Su relación con los miembros más destacados de la Partisan Review, la revista intelectual del partido comunista estadounidense la transformó. Sin ser marxista rigurosa, “representó rigurosamente su papel de niña provocadora que desde el fondo de la sala grita que el emperador está desnudo, señalando siempre lo incoherente e espurio de cualquier polémica creada por aquellos intelectuales que se tomaban a sí mismos demasiado en serio”.
Así conoció a Philip Rahv, “figura central de este pequeño hervidero de superioridad intelectual”, y de opiniones inflexibles en literatura y política, el más respetado y temido de todos”. Amigos primero, amantes después, vivieron juntos en pareja para escándalo de muchos de sus camaradas que tenían tanto miedo al sexo fuera del matrimonio como cualquier puritano burgués. Cuando en 1938, súbita e inesperadamente, ella se casó con Edmund Wilson, su amante secreto, sus camaradas de la Partisan Review se sintieron “castigados, burlados y despreciados”.
Afortunadamente, gracias a Wilson Mary McCarthy comenzó a escribir ficción. Él fue, según Gornick, quien le descubrió que el relato era el género en que su talento para la escritura mejor podía desarrollarse, y entonces “las historias que brotaron de su pluma pusieron de manifiesto que, gracias a la narrativa, se había convertido -irresistible e irremediablemente- en una satírica social de primer orden, algo que ya no dejaría de ser nunca”.
Lo que tampoco podría comprender jamás es que aquellos a los que tomaba como modelos para sus personajes, a los que mostraba como pomposos o propensos al autoengaño, pudieran enfadarse al reconocerse en sus relatos. Uno de ellos fue Philip Rahv, que pensó incluso en querellarse con ella para impedir que El oasis viese la luz en 1949.
La vida como materia prima
La novela, en la que tantos antiguos compañeros se vieron retratados, narra la historia de un grupo de aspirantes a utópicos que, en víspera de la Guerra Fría, “y justo cuando se estaba fraguando el miedo a la Bomba atómica, se reúnen para establecer una comuna cooperativa que, por el mero hecho de existir, constituirá una protesta significativa contra los escenarios del Fin del Mundo que se están adueñando de Occidente”.
Inédito en España hasta ahora, El oasis cayó en realidad como una bomba entre los conocidos de Mary McCarthy, pues la novelista no dudó en utilizar como materia prima de sus personajes a muchos antiguos compañeros de viaje: bohemios, desnortados, vividores, pero también bienintencionada gente de izquierdas. Jamás se lo perdonaron, especialmente Rahv, al que ofendió profundamente que McCarthy caricaturizase el credo del personaje en el que él mismo se reconocía.
Sostiene Gornick que el problema es que “él y sus amigos concedían a cualquiera la libertad de comportarse de una forma inútil, si ese era su deseo. Pero negaban el derecho del ser humano a creer que podría resistirse a la historia, a su entorno, a la estructura de clases [...] y lo hacían con la violencia que subyacía en sus naturalezas reprimidas y en sus esperanzas frustradas”.
El oasis se publicó por vez primera en Inglaterra y los lectores europeos disfrutaron con su desternillante parodia de los intelectuales estadounidenses. Muchos críticos norteamericanos, en cambio, declararon que era “brillante pero cruel”. Gornick lo niega porque, escribe, “no busca venganza” y su ironía tampoco es salvaje, mientras que , por otra parte, resulta evidente que McCarthy deseaba “de todo corazón que lo bueno (es decir, lo genuino) prevaleciera”. Desengañada de toda utopía, la novelista encontró en su íntima amiga Hannah Arendt a una apasionada admiradora de esta "pequeña obra maestra" que resulta, como entonces, una "auténtica delicia para cualquier lector libre de prejuicios y con sentido del humor".