La novela de dictador fue y sigue siendo un fecundo subgénero de la literatura latinoamericana. Alejo Carpentier, Roa Bastos, García Márquez, Vargas Llosa… Todos ellos dedicaron novelas a personajes reales o arquetípicos del caudillismo al que son tan proclives las sociedades hispanas. Uno de sus antecedentes más claros se remonta al Tirano Banderas de Valle-Inclán (1926), con una mirada transoceánica y, por supuesto, esperpéntica del fenómeno. También se pueden rastrear los orígenes del subgénero en Latinoamérica remontándonos al siglo XIX, con autores como Domingo Faustino Sarmiento y José Mármol. Pero quien sentó las bases definitivas de la novela de dictador y allanó el camino a los autores del boom fue el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de 1967, con su obra maestra El Señor Presidente.
Cuando se cumple casi un siglo desde que Asturias comenzó a escribirla —aunque tardó más de una década en completarla y no la publicó hasta 1946—, ve la luz una edición conmemorativa de la novela preparada por la Real Academia Española y la Academia Guatemalteca de la Lengua, en colaboración con las demás integrantes de la Asociación de Academias de la Lengua Española, y editada por Alfaguara.
El dictador en el que se inspiró Asturias (Ciudad de Guatemala, 1899 - Madrid, 1974) para escribir El Señor Presidente es Manuel Estrada Cabrera, que gobernó Guatemala durante 22 años, de 1898 a 1920. Al contrario que la mayoría de los dictadores, él no era militar sino civil. Fue ministro y llegó a la presidencia de manera interina tras el asesinato de su antecesor, José María Reina Barrios. Una vez en el cargo, consiguió mantenerse en él durante dos décadas mediante elecciones fraudulentas y crímenes contra sus opositores, incluyendo torturas y fusilamientos.
En su novela, Asturias explora los engranajes de una dictadura y sus efectos en la sociedad. Lo hace desde distintos puntos de vista e introduciendo el realismo mágico en la narración. Es en este punto en el que se diferencia de la literatura de denuncia política al uso, cuyo valor se mide por su capacidad para ajustarse a la realidad. De hecho, en El Señor Presidente el uso del lenguaje es tan importante o más que la trama. Según dice Mario Vargas Llosa en uno de los textos que preceden a la obra en esta edición conmemorativa, “lo que es bello y transforma este libro demoníaco de atroces episodios en obra artística y le ha dado la vigencia que tiene es su estructura formal y, principalmente, su lenguaje. En esto, El Señor Presidente dio un salto cualitativo a la novela en lengua española”.
El Nobel hispanoperuano, él mismo cultivador de este tipo de novelas con títulos como La fiesta del chivo y la reciente Tiempos recios, explica además que la obra de Asturias debe mucho “al surrealismo y otros movimientos de vanguardia, en boga en Francia cuando Asturias escribía la novela”. Y también a la nostalgia de su tierra. Porque a Miguel Ángel Asturias le pasó algo bastante habitual: tuvo que atravesar el Atlántico para conocer mejor su identidad cultural al darse de bruces con un país y unas costumbres ajenas. Así, en la universidad de la Sorbona empezó a descubrir la cultura maya gracias a las clases del profesor George Raynaud, hasta tal punto que pasó varios años traduciendo el Popol Vuh, el libro más importante de los quichés.
La prevalencia del mal
El autor de La ciudad y los perros opina también que la novela de Asturias no refleja ningún tipo de esperanza en la bondad del ser humano. “Todos los personajes que aparecen en el libro, militares, jueces, políticos, ricos y pobres, poderosos y miserables, son la encarnación misma del mal, ladrones, cínicos, aprovechados, mentirosos, inescrupulosos, borrachos, serviles y violentos; es decir, unos seres repugnantes”, afirma con rotundidad Vargas Llosa. Y va más allá: probablemente, el peor de todos no sea el presidente.
Además del texto de Vargas Llosa, formado por tres fragmentos escritos en distintos momentos a lo largo de medio siglo —el primero es de 1967, el segundo de 1978 y el último de este año—, también aparecen semblanzas del autor y estudios preliminares de la obra a cargo del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes, y del recién galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas Luis Mateo Díez. Escriben además los críticos y especialistas Darío Villanueva, Gerald Martin, Mario Roberto Morales, Lucrecia Méndez de Penedo y Anabella Acevedo, entre otros.
Díez opina que estamos ante una obra cuya “ambición es inmensa, tanto en términos literarios como intelectuales, lo que hace de El Señor Presidente una obra descifrable en la clave de las innovaciones técnicas ensayadas en la novela europea y americana de las primeras décadas del siglo XX y desde la perspectiva, sedimentada a lo largo de siglos, del interés del pensamiento occidental por el fenómeno del despotismo”. Y añade: “Mucho de lo que hemos leído en posteriores novelas y testimonios sobre las tiranías del siglo XX está ya en El Señor Presidente”.
Una novela fundacional
Para Sergio Ramírez, a pesar de los antecedentes, “el género de la novela de dictador empieza con El Señor Presidente”. Más allá de este título, “gran parte del armazón de la literatura latinoamericana se ha construido alrededor de esta figura dominante de nuestra historia, el gran patriarca, que a veces tiene la forma del caudillo ilustrado y a veces del machetón que da un golpe y con artimañas de queda en el poder”, ha explicado Ramírez este miércoles en una rueda de prensa para presentar esta edición que llegó a las librerías españolas en septiembre, hace unos días se presentó en la feria del libro de Guatemala, y que en diciembre va a publicarse en México, Estados Unidos y Perú. En el resto de países hispanohablantes verá la luz en los primeros meses de 2021.
La colección de ediciones conmemorativas de la RAE y la ASALE comenzó en 2004 con El Quijote, del que se vendieron tres millones de copias. Uno de los mayores clásicos del boom latinoamericano, Cien años de soledad, de García Márquez, alcanzó un millón de ejemplares vendidos. Muy por detrás quedan otros títulos como Rayuela, de Julio Cortázar, o una edición antológica de Borges, que, no obstante, superaron las 50.000 copias vendidas. Normalmente su lanzamiento es simultáneo en todo el ámbito del español, pero la actual pandemia ha complicado el de El Señor Presidente y por eso se ha publicado en los distintos países de manera escalonada.
El crítico Gerald Martin, por su parte, hace hincapié en la influencia de Asturias como precursor del boom latinoamericano. No en vano, titula su texto “La primera página del Boom”, y opina que “Asturias fue uno de los grandes escritores latinoamericanos y que merece ser comparado de igual a igual con [...] Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa”.
De El Señor Presidente a Tiempos recios
Como apuntábamos al principio, El Señor Presidente se inserta en una fecunda corriente que atraviesa la historia de la literatura hispanoamericana. Roa Bastos retrató al líder paraguayo Rodríguez de Francia en Yo el supremo (1974) —que desde 2017 también forma parte de la colección de ediciones conmemorativas de la ASALE—. En El otoño del patriarca (1975), García Márquez sintetizó en su dictador ficticio “el macho”, que alcanzó los 200 años de edad, rasgos de distintos dictadores, como Franco o el colombiano Rojas Pinilla; y Alejo Carpentier, en El recurso del método (1974), también pintó a un dictador arquetípico que, no obstante, se parecía mucho al cubano Gerardo Machado. Por su parte, Vargas Llosa noveló los últimos días del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y los sucesos posteriores en La fiesta del chivo (2000) y casi veinte años después ha regresado al género con Tiempos recios (2019), donde aborda un periodo de la historia guatemalteca tres décadas posterior a lo que se cuenta en El Señor Presidente, ya que trata del golpe militar que en 1954 terminó en Guatemala con el gobierno de Jacobo Árbenz y aupó a Carlos Castillo Armas a la presidencia del país.