Sin la sombra de las Torres
Art Spiegelman
30 septiembre, 2004 02:00Y, de la misma manera que se apuntó el tanto de Persépoli de Marjane Satrapi, más algunos títulos de Blain o Sfar, ha demostrado sus reflejos para hacerse con un álbum que trasciende el ámbito de los tebeos.
A Art Spiegelman, que nació en Estocolmo en 1948, cuando sus padres, judíos polacos, hacían un alto en su exilio hacia Estados Unidos, le debemos muchas cosas: la creación, junto a Bill Griffith, de Arcane en 1977, que fue un salto cualitativo para la historieta independendiente estadounidense; la posterior creación, junto a su mujer, Françoise Mouly, de Raw en 1980, que sirvió para establecer un puente entre la mejor historieta de uno y de otro lado del océano; y la realización de Maus, uno de los mejores álbumes que este medio ha producido. Aquella historia del holocausto, interpretada por ratones-judíos y gatos-nazis, que acogía el testimonio de sus padres, es una de las mejores reflexiones sobre esta tragedia, y no desmerece de los textos de Levi o la insuperable película de Lanzman. El libro, como saben, le supuso el premio Pulitzer en 1992, hito sobre el que los defensores de la historieta vuelven una y otra vez para demostrar que este medio puede ser tan adulto o tan necio como cualquier otro.Tras aquel parto, Spiegelman se volcó en el mundo de la ilustración, siendo uno de los dibujantes más habituales de "The New Yorker", donde su mujer ejerce la dirección artística, para desaliento de los que pensamos que en ese campo su trabajo es correcto, pero poca cosa en comparación con sus dotes para la narración.
El día en que las Torres Gemelas se vinieron abajo, Spiegelman, que vive en el Bajo Manhattan con su mujer y sus dos hijos, sintió que la Gran Historia entraba en contacto con su Pequeña Historia, y le sobrevino el lógico pánico. Mientras el Mundo parecía llegar a su fin, descubrió que su cosmopolitismo estaba arraigado en ese barrio que no parece formar parte de Estados Uni-
dos, y que sentía la necesidad de volver a la historieta para exorcizar sus miedos y sus sensaciones. El patriotismo circundante, que le había supuesto ya algunos encontronazos con la línea editorial del "New Yorker", le empujó hacia el diario alemán "Die Zeit", al que se sumaron otros periódicos europeos y el "Forward" de la comunidad judía neoyorquina, para que nos narrase en diez grandes páginas este "diario comprimido y parcial".
De ahí ese juego de estilos y esa apariencia de Sin la sombra de las Torres, en la que irrumpen continuamente las referencias a los pioneros (Outcault, Dirks, Opper, Feininger, Verbeck, McCay, McManus...), y que dotan de una gran espectacularidad a este trabajo, aunque restan dramatismo a su relato. El diseño se ha impuesto al contenido, que es donde Spiegelman es imbatible, pero ése es un mal que está causando estragos en una parte de la historieta contemporánea. Incluso el lujo del libro parece entrar en contradicción con su apuesta, como Enzersberger señalaba de aquellos artistas del mayo del 68 francés que, disponiendo de las imprentas, preferían hacer sus carteles en serigrafía para que resultaran más artísticos. Estamos ante una buena obra, pero un tanto magnificada por su tema. La buena noticia es que Spiegelman parece decidido a no abandonar de nuevo el mundo de la historieta.