El cómic no es ajeno a las modas. Y, en ese sentido, frecuenta cada vez con más intensidad el territorio de la memoria personal, un ámbito especialmente complejo cuando se vincula demasiado al de la Historia. Bien sé que los historiadores no son tan objetivos como pregonan, y tal vez por ello me parecen interesantes las nuevas vías de esta disciplina que, entre tanta abundancia de testimonios, pretenden ser una suerte de honestos árbitros de los mismos.
La memoria se banaliza con frecuencia y de la memoria se abusa y se hace un uso interesado en demasiadas ocasiones, olvidando, como dice el profesor Pierre Nora, que es extremadamente voluble y que no tiene pasado en tanto es un pasado siempre presente.
Por eso me parece apasionante el libro de Ana Penyas (Valencia, 1987) sobre los recuerdos de sus dos abuelas, como me lo pareció también, en un registro muy distinto, Plaza de la Bacalá de Carmelo Manresa (Desfiladero Ediciones, 2017), que al fin, tras trabajos de corto aliento, nos entregaba una prueba de sus capacidades como narrador con este desplazamiento a los años sesenta del pasado siglo.
Pero volvamos con Ana Penyas, dibujante a la que he seguido con interés desde que empezase a aparecer en publicaciones de poca difusión, sorprendido siempre por el expresionismo de una propuesta estética que venía a desmentir la asociación entre mujer dibujante y melindrosidad gráfica que, olvidando la rotundidad de algunas autoras de los años setenta y ochenta, parecía estar imponiéndose como la comunión idónea para estos tiempos de relativismo.
Estamos todas bien es un homenaje a esa generación de mujeres de posguerra que se vieron abocadas a un silencio más hondo que el ya de por sí consustancial a todo marco dictatorial: el que, dictado por una ancestral visión patriarcal de la sociedad, las empujó hacia una invisibilidad, en la que demostraron, incluso las más enajenadas por la adjudicación de un rol castrante, una inmensa fortaleza. Y a las que hoy la televisión empuja, como señala Ana Penyas al final de su relato, hacia un horizonte de inquietudes tan limitadas como adormecedoras.
La obra ganó el Premio Internacional de Fnac-Salamandra Graphic 2017 y, a mi juicio, es una poderosa candidata al Nacional de Cómic que habrá de fallarse a finales de este año. Y ello no solo por la destreza con que la autora se mueve en las procelosas aguas de los recuerdos afectivos de sus abuelas Herminia y Maruja, administrando muy bien los silencios, para que por ellos penetre sin estridencias la Historia (y, por tanto, confiriendo a esas imágenes el valor más documental), sino por la de soluciones de orden narrativo que despliega para plasmar lo mejor posible las instantáneas de un período sombrío.
A diferencia de su libro ilustrado En transición (Berlín Libros, 2017), en el que brillaba como dibujante, pero que adolecía precisamente de sutileza (su visión esquemática de la etapa que va desde la República hasta el día de hoy estaba preñada del peor “presentismo” en su construcción del pasado), en Estamos todas bien Penyas administra el ayer sin que la ideología propia de buena parte de las jóvenes generaciones se entrometa en exceso, mientras cede la palabra a sus personajes.
Mujer preocupada por los avatares de aquellos contextos políticos que corren el riesgo de ser olvidados (Mexique, el nombre del barco de María José Ferrada, en los Libros del Zorro Rojo, 2017, es otra demostración de su vigor plástico para construir imágenes), Ana Penyas está llamada desde hace ya bastante tiempo a proporcionarnos grandes momentos de la ilustración y de la historieta españolas.