“¡Todavía estoy vivo, hijos de puta!”. El puño de Roberto Saviano rompe la tapa del féretro y se alza contra quienes desean verlo muerto desde hace 15 años. Con Gomorra, el escritor italiano cruzó un umbral del que ya no se regresa jamás. Su relato de los entresijos de la Camorra conmocionó al mundo, pero su vida es desde entonces una jaula móvil con escolta permanente. Ahora acaba de publicar su primera novela gráfica, dibujada de manera sobresaliente por el israelí Asaf Hanuka.
En ella repasa su vida: el primer asesinato contemplado con doce años; su coraje –o inconsciencia– al señalar con el dedo a los capos de la mafia presentes en un acto público; el día en que dos carabinieri le esperaron al bajarse de un tren para ocultarle durante dos semanas que se han convertido en tres lustros; y, sobre todo, nos cuenta cómo afronta el exilio, la soledad, la dificultad para establecer relaciones personales, la añoranza de su familia y de las cosas sencillas de la vida que él no puede disfrutar. En las páginas más conmovedoras de este cómic repleto de metáforas visuales no hay sangre ni pistolas: son aquellas que plasman el desgarro emocional de una vida en suspenso, como esa en la que, tras años conteniendo las lágrimas, le vemos llorar hasta quedar sumergido en su propio llanto convertido en océano.
En esto de defender con la vida la libertad de expresión, Saviano menciona entre sus referentes a Stéphane Charbonnier, Charb, director de Charlie Hebdo asesinado en el atentado yihadista de 2015. Aquella mañana se libró de la matanza una de las autoras de la revista, Catherine Meurisse, que volcó aquel trauma en su álbum La levedad. Amante de la historia del arte y la literatura francesa, ahora publica Le pont des arts (El puente de las artes), donde relata, con su irrenunciable dosis de humor, anécdotas, teorías, amistades y desencuentros compartidos por escritores y pintores desde Diderot a Picasso, pasando por Delacroix, Chopin, Baudelaire, Cézanne, Balzac, Monet, Zola o Proust. Casi todos los episodios tienen algo en común: la pasión de sus protagonistas y el inicial desconcierto de la burguesía ante todo nuevo movimiento llamado a revolucionar el arte y, con ello, la vida.
Otro fecundo tándem entre el arte visual y el de la palabra escrita lo encontramos en el que forman Luis Alberto de Cuenca y Laura Pérez Vernetti, que por segunda vez ha convertido los versos del primero en poesías gráficas en Vive la vida. Con la contundencia del puro blanco y negro, la ilustradora convierte al escritor en personaje de tebeo, a veces como narrador y a veces como protagonista de sus propios poemas. Un buen regalo para un fanático del noveno arte como él y una nueva demostración de la capacidad del cómic para trascender la mera narración de acontecimientos y acciones y expandirse hacia mundos simbólicos.