Han pasado menos de tres años desde su anterior visita a España, pero la pandemia ha hecho que ese tiempo parezca una década. Él sigue igual, con su extravagante elegancia para el estándar de hoy, con un impoluto traje verde oliva, sus pequeñas gafas redondas y maletín de cuero a juego con los zapatos. Se llama Gregory Gallant (Clinton, Canadá, 1962), su seudónimo es Seth y es uno de los autores imprescindibles del cómic de autor norteamericano.
En esta ocasión Seth presenta la edición española, en el sello Salamandra Graphic, de George Sprott, una historia que publicó por entregas en The New York Times en 2006 y ampliada posteriormente. Ha estado varios días haciendo una pequeña gira por nuestro país, en el Salón del Cómic de Valencia y con presentaciones en librerías de Barcelona, Madrid y Salamanca.
Las cosas han cambiado muchísimo en el mundo de los tebeos desde que él empezó y su trabajo interesaba solo a una diminuta subcultura. Hoy es una celebridad internacional dentro de un mundillo cada vez más grande y respetado. “Cuando empecé en esto, no parecía una profesión prometedora. Intentábamos vender nuestras obras en tiendas de cómics, pero se dedicaban sobre todo a los superhéroes, así que probamos en tiendas de discos, que tenían un toque más underground y punk, pero la cosa no cuajó. Hasta que hacia el año 2000 de pronto la novela gráfica se puso de moda. Tenía algo que ver con el éxito de Maus, que en realidad había ocurrido diez años antes. Lo cierto es que nunca llegué a entender el cambio, pero fue bueno para los historietistas de mi generación. Aquella batalla que libramos para que los cómics fueran tomados en serio ha terminado, y la ganamos. Hoy es de lo más normal que la gente lea novelas gráficas para adultos”.
¿Y de qué trata George Sprott? El argumento se resume pronto: poco antes de morir, un viejo presentador de un programa de televisión local hace balance de su vida, salpicada de algunos éxitos y aventuras, pero sobre todo de fracasos, errores y deseos frustrados. Es decir, como la vida de cualquiera. Sprott es la personificación del paso del tiempo, de la nostalgia, de la insignificancia (como ocurría en otra de sus obras más importantes, Ventiladores Clyde). Es un personaje simpático, pero también egoísta y peor persona de lo que aparenta. Menudo bajón, ¿no? Si esperaban otra cosa, no salgan corriendo todavía: este libro puede llegarles más hondo de lo que creen.
Pregunta. Usted es experto en hablar de personajes en los que no se fijaría nadie por ser demasiado corrientes. ¿Lo ve como una misión?
Respuesta. Sí, pero no lo sabía cuando empecé. Es curioso porque mis primeros trabajos ya son coherentes con esta idea. Lo que más me interesa es encontrarle sentido a la vida de un personaje. Es lo que ocurre por ejemplo en Ciudadano Kane, que ha tenido una gran influencia en mi vida y en mi obra. El protagonista es un poderoso magnate, pero la película habla de sus fracasos, de sus memorias de niñez y de su incapacidad para conectar.
P. Hay algo de usted en George, sobre todo su rechazo a la vida moderna y lo que él considera una hegemonía del mal gusto.
R. Sí, utilizo a George como una especie de portavoz. Puede decir cosas que yo quiero decir, aunque la mayoría son bromas. Él odia la vida moderna como yo, pero sé que George no tiene la suficiente autoridad moral como para convencerte de nada de lo que él cree. Cuando dice todo eso no puedes evitar reírte de él, aunque yo esté de acuerdo con mucho de lo que dice.
P. Al principio George Sprott nos cae bien, pero luego vamos descubriendo que no era tan buena persona como aparentaba.
R. Es difícil encontrar a alguien que no piense de sí mismo que es una buena persona. Incluso Putin seguramente pensará que es un incomprendido. En la mayoría de casos es difícil aplicarle a alguien la etiqueta “bueno” o “malo”. George ha hecho muchas cosas negligentes en su vida y no ha perdido mucho tiempo pensando en ello, pero se ve a sí mismo como una buena persona. Yo no quería ser muy obvio al respecto, por eso algunos personajes le quieren, como su sobrina o su mujer, a pesar de que tiene buenas razones para no hacerlo. Yo siento empatía por él porque se parece mucho a mi padre. Y creo que el lector sentirá empatía también, porque el hecho de descubrir que no era muy buena persona no significa que lo condenes completamente y te alegres de que se muera.
P. En su libro menciona tangencialmente la destrucción del modo de vida de los pueblos originarios de Canadá. Joe Sacco ha dedicado a ello su última obra, Un tributo a la tierra. ¿La conoce?
R. Sí, la conozco. No la he leído porque llevo dos años sin pisar una librería por el Covid, pero sé de qué trata.
P. ¿Cree que Canadá necesita reparar el daño infligido a estos pueblos?
R. Sí, es una injusticia tremenda. La Canadá en la que yo crecí era una mentira. En el colegio nos decían que éramos buenos con los pueblos nativos, no como los estadounidenses, que habían cometido un genocidio. Pero cuando crecí me di cuenta de que la historia de los pueblos nativos de Canadá era terrible, igual que en el resto del mundo. No se les dejó votar hasta los años 70, y en los 60 se llevaron a muchos de sus hijos para darlos en adopción a familias blancas. Durante todo el siglo XX existieron colegios internos donde iban a la fuerza y hace poco se descubrió otra fosa común de niños en una de estas escuelas. Murieron de tuberculosis, de hambre o de maltratos, no lo sabemos porque no se molestaron en documentar de qué murieron ni en decírselo a sus padres. Pero de nuevo estamos mintiendo, porque todo el mundo actúa como si estuvieran sorprendidos y hace 40 años ya se empezó a hablar de estas fosas comunes. Ahora estamos empezando a preocuparnos de verdad por el tema y creo que la opinión general en Canadá (puede que sea porque casi todo el mundo en mi círculo es de izquierdas) es que hay que hacer cosas para mejorar la situación de los nativos, pero cuando escarbas un poco más, la gente no está dispuesta a devolverles su tierra o darles una compensación de millones y millones de dólares que saldría de sus impuestos. Así que me temo que este problema tiene difícil solución, lo cual es muy triste.
P. De todas formas, a veces se oye el chiste de que Canadá es el mismo experimento que Estados Unidos, pero en el primer caso salió bien y en el segundo, mal.
R. Hasta hace poco pensaba que Canadá es el mejor lugar para vivir, porque hemos hecho un buen trabajo creando una sociedad abierta. Pero vivimos demasiado cerca de Estados Unidos. Lo que está pasando allí está empezando a pasar en Canadá.
P. ¿Como qué?
R. El empoderamiento de la extrema derecha. Empezamos a ver ese mismo movimiento supremacista blanco, antiinmigrante, amante de las armas, que siempre ha estado latente, pero nunca ha sido tan extremo como en Estados Unidos.
P. Usted es un nostálgico de los años 50, pero lo que ha vuelto de esa época no es la moda, la música ni los modales, sino el pánico nuclear y la tensión entre Rusia y Occidente.
R. Cuando en los años noventa hablaba de mi interés por la época de mediados del siglo XX, era muy distinto de hablar de ello ahora. Ha habido muchos cambios culturales en los últimos diez años. El #MeToo hace parecer a George Sprott muy distinto a cuando lo hice. Y el interés por los años cincuenta se interpreta ahora como un interés por la cultura blanca. No lo discuto porque es cierto. De joven quizá me hubiera gustado vivir en esa época, pero no querría vivir entonces si no fuera un hombre blanco. Ahora sé que no quiero vivir en los cincuenta, es una tontería. Perteneces al tiempo en el que has nacido, pero la razón de que quiera vivir en los 50 es probablemente porque vivo en este tiempo, y no me gusta. Normalmente cada generación piensa que su tiempo es el mejor. A la gente de ahora seguro que le da pena la gente del pasado porque no tenían Internet. En cien años tendrán pena de nosotros, dirán: “Oh, esos pobres que vivieron en la época en la que se inventó internet, era un caos”.
P. ¿Entonces es optimista con respecto al futuro, estarán mejor que ahora?
R. Bueno, en realidad no, con el agotamiento medioambiental y la cantidad de energía necesaria para mantener en marcha un mundo en el que habrá un aumento de la población de miles de millones de personas, lo más probable es que vayamos a una división de superricos y superpobres. El 20% privilegiado tendrá una cultura superindustrial en el que quizá internet cubra todos los aspectos de tu experiencia sensorial.
P. A usted no le gusta mucho Internet, ¿no?
R. No. Creo que es un completo error de la cultura humana.
P. ¿En serio?
R. Sí. Creo que es la razón por la que el mundo está en serios problemas ahora mismo. No me refiero a lo que está haciendo Putin, eso tiene más que ver con los problemas del siglo XX, pero mi teoría es la siguiente. Cuando era pequeño, las revoluciones de los sesenta tuvieron un gran impacto en la cultura social: el ascenso de los derechos civiles, del movimiento feminista, de los derechos de los homosexuales, de los inmigrantes en Norteamérica... Todas estas ideas empezaron a tomar el mando de la cultura, que se preocupó de crear justicia social. Aún había personas que seguían teniendo opiniones terribles, pero se callaban porque la sociedad había cambiado y ellos sabían que si decían determinadas cosas serían mal vistos por el resto. Pero cuando llegó Internet, de pronto toda esa gente podía hablar libre y anónimamente y empezó a compartir sus opiniones. No creo que un tipo como Trump hubiera tenido ninguna posibilidad de ser presidente en una época en la que la gente no se comunicase a través de un ordenador. Creo que la única manera de cambiar esto sería obligando a la gente a hacerse responsable de lo que hace online. Nunca serías tan grosero con alguien en la vida real como en internet, incluso aunque hablases con alguien con ideas completamente opuestas a las tuyas. En una conversación en un bar le dirías “bueno, puedo entender su punto de vista, pero no estoy completamente de acuerdo contigo”. No le dirías “eres un puto gilipollas”.
P. Han pasado algunos años desde que hizo George Sprott. ¿Cuál es su relación hoy con esta obra?
R. Fue un libro muy importante para mí, aprendí mucho haciéndolo. Aún me siento conectado a George Sprott, porque acabo de terminar un proyecto relacionado con él que verá la luz dentro de un mes. Hace unos años un compositor me contactó porque quería hacer una pieza para orquesta de cámara basada en el cómic, y me encantó la idea. Construí un decorado de cartón que simulaba un viejo estudio de televisión y el estreno fue una gran experiencia. Ahora sale a la venta la grabación del proyecto y he hecho el diseño de la caja y el material gráfico. Pero sobre todo George Sprott es importante para mí porque es una historia muy fragmentada y con un estilo documental, lo que me permitió aprender muchas lecciones sobre narrativa que estoy aplicando al libro que estoy haciendo ahora.
P. ¿De qué trata ese nuevo libro?
R. Es un gran libro a modo de guía de un lugar imaginario que me he inventado. Tiene también un estilo documental y no lineal. Hay segmentos en los que se entrevista a personajes, en otros se explora la historia del lugar… Y al final tendrás una experiencia acumulada sobre ese sitio que no es la típica historia lineal que va de A a B y de B a C. Ya no me interesa contar ese tipo de historias. De hecho me he dado cuenta hace poco de que lo que me gustaría hacer próximamente es un libro en el que recopile las toneladas de historias que tengo sin escribir y que nunca haré, pero quizá pueda dedicarle 5 páginas a cada una de ellas explicando cómo serían si las desarrollara completamente. Creo que todo esto tiene que ver con mi padre, que era un gran contador de historias. Le encantaba hablar y a mí escucharle. Él creció durante la Gran Depresión rodeado de pobreza, pero me hablaba de su niñez de una manera muy divertida. Hasta que fui adulto no me di cuenta de que estas historias eran sobre humillaciones y hambre y que en realidad eran tristes.