Un héroe de papel: Luis Gasca, el hombre que dignificó los tebeos
Una exposición reivindica el papel fundamental de este estudioso del cine y del cómic, pilar de una generación que cambió el panorama de la cultura popular en España
10 septiembre, 2022 02:50Para las nuevas generaciones, nacidas en un mundo donde el cine está dominado por los superhéroes y las adaptaciones de cómic, donde la “novela gráfica” ocupa un lugar privilegiado en los escaparates de librerías y en las estanterías de las bibliotecas públicas, mientras se celebran multitudinarias convenciones de cómic de un extremo al otro de España y exposiciones históricas como la que recientemente ha tenido lugar en el CaixaForum de Madrid, quizá sea difícil comprender la importancia de Luis Gasca (1923-2021), historiador, teórico, erudito y exégeta de la literatura dibujada, la historieta, el tebeo, el arte secuencial o como diablos queramos llamarlo. Por eso, resulta de particular importancia que la exposición inaugurada en el Centro Cultural Okendo de San Sebastián, que durará hasta el 8 de noviembre, mantenga viva la presencia fundamental y fundacional de su figura.
En una época, entre los años 60 y 80 del siglo pasado, en la España del tardofranquismo y la Transición, en la que el cómic era considerado apenas un mero entretenimiento infantil y juvenil, cuya lectura había que abandonar en la adolescencia si no antes, Luis Gasca, junto a un reducido pero potente número de compañeros de viaje, dedicó todos sus esfuerzos a dignificar y resignificar la historieta como medio de expresión, merecedor de igual atención crítica que el cine, la literatura o cualquier otra disciplina artística.
Siguiendo el ejemplo de intelectuales iluminados franceses e italianos como Francis Lacassin, Jacques Sadoul, Henri Filippini, Claude Moliterni, Numa Sadoul, Umberto Eco o Stefano Benni, por citar algunos, con los que también colaboró ocasionalmente, este erudito donostiarra e internacional se propuso mostrar más por activa que por pasiva la espléndida trayectoria histórica del cómic, popularizar sus obras maestras, dar a conocer a sus grandes y pequeños clásicos, pero, sobre todo, demostrar también su plena madurez artística e intelectual, su potencial creativo, paralelo en aquellos años a la eclosión del cómic para adultos europeo y del comix underground estadounidense.
La labor de Luis Gasca es ingente y seminal, como puede apreciarse en buena parte de la exposición. Durante la segunda mitad de los años 60 dirige la primera revista de cómic española en sentido estricto, casi un fanzine: Cuto, así llamada por el personaje de Jesús Blasco. Publica libros como Tebeo y cultura de masas, Los comics en España, El discurso del cómic, Héroes de papel o Mujeres fantásticas, entre otros muchos. Colabora en revistas de cómic y, ojo, de estudios sobre cómic, como Bang y dirige El globo y Zeppelin.
Al frente de la mítica editorial Buru Lan publicará en nuestro país los grandes clásicos americanos: Flash Gordon, El Hombre Enmascarado, El Príncipe Valiente, Rip Kirby o Charlie Brown (como Carlitos), labor que irá haciendo extensiva a otros personajes y países, con Modesty Blaise y los cómics de James Bond, el francés Rahan, etc. También para Buru Lan dirige la revista Drácula, que durante su primer año ofrece lo mejor y más arriesgado de la historieta para adultos española, con artistas como Esteban Maroto, Enric Sió, Josep María Beá y Alberto Solsona y la colaboración de escritores y guionistas como Alfonso Álvarez Villar, Juan Tébar, Carlos Buiza, Luis Vigil, José Luis Garci y el propio Gasca (con el sinónimo de Sadko). Proyecto que, por desgracia, tuvo poco éxito, aunque marcara profundamente a varias generaciones de lectores y creadores.
También con Buru Lan, Gasca da salida a su otra gran pasión: el cine. Con este sello editorial ve la luz la primera Enciclopedia del cine publicada en nuestro país, que después reeditaría Salvat. La labor cinéfila y cinéfaga de Gasca ocupa, por supuesto, otra gran parte de la exposición, donde queda patente su labor como crítico, historiador y director del Festival de San Sebastián (colaborador en el evento), así como coleccionista de fotos e imágenes, pero sobre todo su profundo amor por los géneros o subgéneros populares, que poco o ningún prestigio tenían entonces entre nuestros serios críticos de Film Ideal o Contracampo.
El péplum o cine de romanos, el wéstern, la aventura, el noir, pero, sobre todo, la anticipación, a la que dedicó el primer libro editado en España sobre Cine y ciencia ficción, en 1975, eran sus géneros favoritos, así como el erótico, hasta el punto de presentar en 1983 El erotismo en el cine, enciclopedia que vino a sumarse al feliz ambiente sicalíptico de la Transición y el Destape.
Imposible resumir aquí las incontables actividades de este auténtico héroe del papel dibujado y el celuloide, en festivales nacionales e internacionales, programas de radio y televisión, convenciones y salones pioneros del cómic, como el de Bordighera (Italia) del que surgiría después el Salón de Lucca, al frente de colecciones como Noveno Arte, para la editorial Pala, que también dirigió, donde publicó a Mandrake el Mago, Jim de la Jungla, el Drago de Hogarth, pero también El Capitán Misterio de Emilio Freixas, el Corto Maltés de Hugo Pratt o la Mafalda de Quino.
Sí es importante apuntar que, por supuesto, fue a menudo más y mejor comprendido en el extranjero, en Francia e Italia, que en su propio país. Pese a ello, siempre entusiasta, entregado y accesible para las nuevas generaciones, como bien sabemos quienes tuvimos la oportunidad de conocerle, siguió trabajando y publicando hasta poco antes de su fallecimiento el pasado año, como atestiguan las colaboraciones con su amigo Román Gubern a lo largo de los últimos años: Diccionario de onomatopeyas del cómic, Enciclopedia erótica del cómic y El universo fantástico del cómic, o con Asier Mensuro, uno de los comisarios de la exposición, en La pintura en el cómic.
La voluntad y generosidad de Gasca cristalizaron con la cesión de su archivo personal al Centro Cultural Koldo Mitxelena, donde se inauguró en 2011 la Colección Gasca de Cómic, puesta a disposición de los investigadores y aficionados que deseen consultarla previa cita. Precisamente de aquí proceden gran parte de los fondos de esta exposición homenaje que, bajo la égida del propio Koldo Mitxelena Kulturunea, comisariada por Asier Mensuro y Álvaro Pons y para la que ha realizado un espléndido póster Álvaro Martínez Bueno, artista recientemente galardonado con el premio Eisner, da oportunidad al público general para disfrutar durante todo un mes de más de 270 piezas de cómic y obra gráfica, entre originales y reproducciones, revistas, fanzines y libros, así como de unas 100 fotografías históricas de tema cinematográfico, incluyendo también piezas procedentes de colecciones privadas como la de una de sus hijas o la del propio Mensuro. La exposición ofrecerá además una agenda de actividades con varios encuentros alrededor de la historieta, coordinados por Borja Crespo, director del Salón del Cómic de Getxo.
Lo cierto es que es difícil exagerar la importancia de Gasca para todos los que vinimos después. En un panorama donde España, lastrada por la censura franquista pero también por su idiosincrasia sanchopanzesca, afín al realismo más pedestre y cochambroso, se distinguía por un particular desprecio hacia la cultura popular y de masas, hacia géneros como la ciencia ficción, el terror, la fantasía o el policial, y hacia medios de expresión como el cómic, el cine de Serie B o la animación, el estudioso vasco movió y promovió desde todos los frentes su divulgación y valoración artística. Pero no fue el único.
Arrostrando no solo el menosprecio y hasta la persecución de los medios oficiales e institucionales franquistas, sino también de muchos “camaradas” de izquierdas que mostraban idéntico rechazo por la cultura popular, los años 60 y 70 vieron crecer un importante grupo de intelectuales que desafiaron las normas tanto de la corrección política de entonces —tampoco encajarían en la de ahora— como del teórico “buen gusto”.
Hablamos de la era de revistas como Nueva Dimensión, dedicada a la ciencia ficción; Terror Fantastic, inconfesa versión hispana de la francesa L´Ecran Fantastique; Historias para no dormir, como bien indica su título hermana formato revista del programa televisivo de “Chicho” Ibáñez Serrador.
Alrededor de estas publicaciones y otras de breve duración como Vudú, de las versiones españolas de los cómics para adultos de la editorial estadounidense Warren (Vampus, Rufus, Vampirella…) o de la radical Star, varias veces secuestrada y fundadora del underground nacional, orbitaban estudiosos, escritores, periodistas, teóricos, guionistas, traductores y ensayistas todo terreno como —citando en un totum revolutum— Luis Vigil y Domingo Santos; personajes tan exóticos como el cineasta experimental, escritor, artista de cabaret transexual, dibujante, actor y performer Antonio Gracia José “Pierrot”, cuyas exposiciones fueron a menudo víctimas de la censura franquista y posterior; Juan García Atienza, Alfonso Álvarez Villar, Rafael Llopis, Juan Tébar, Carlos Buiza, el propio Narciso Ibáñez Serrador, Carlos Sáinz Cidoncha, Agustín Jaureguízar (más conocido por su seudónimo de Augusto Uribe), los asturianos Isaac del Rivero, dibujante e impulsor del Festival de Cine de Gijón; Faustino Rodríguez Arbesú, creador de la revista El Wendigo y Juan José Plans, verdadero gran talento del fantástico español; o José Luis Garci, por aquel entonces autor de ciencia ficción y de la primera biografía en castellano de Ray Bradbury.
No faltaban pesos pesados, como Román Gubern, que combinaba su prestigio como historiador del cine e introductor de la semiótica con “bajas” pasiones como el cómic; el veterano Alfonso Sastre, polémico y políticamente comprometido al tiempo que autor de relatos y obras teatrales fantásticas y de terror; el joven pero arrollador Terenci Moix, cantor del péplum y sus fantasías homoeróticas.
Nombres a los que sumar después una segunda generación, la de editores y libreros como Josep Toutain, Mariano Ayuso (y su sobrino Mario, fundador de Madrid Comics) o Carlo Frabetti, Javier Coma, Salvador Vázquez de Parga, Andreu Martín e Iván Tubau, con multitud de obras seminales en el estudio de la novela negra, la historieta, la literatura y el cine de aventuras, el wéstern, etc.
Es cierto que, a veces, tanto en algunas obras de Gasca como en otras de los ya citados, tal y como hizo notar a menudo con rigor no exento de malicia el recientemente fallecido Jesús Cuadrado, uno de los más grandes expertos enciclopédicos en cultura popular y cómic de nuestro país, abundaban inexactitudes, errores de bulto y fallos propios de una época pionera, sin tradición crítica o historiográfica alguna en torno a la cultura de masas, en la que Internet era algo tan lejano como inimaginable. Errores que, por desgracia, se han visto reproducidos frecuentemente en estudios posteriores de nuevos autores. Sin embargo, mucho más importante fue su impacto positivo en la defensa, dignificación y divulgación de materias hasta entonces miradas con prejuicios y desprecio por la intelligentsia, las universidades e instituciones culturales españolas, gracias a la mera implicación de profesores, escritores e investigadores reputados, a veces novelistas de éxito, a veces intelectuales políticamente significados.
Sin ellos, los cientos de páginas que hoy se escriben, más en blogs, webs y redes sociales que en libros o revistas, sobre cómic y cine, sobre literatura fantástica y de género, posiblemente no existirían, como jamás habrían existido exposiciones de cómic como la de CaixaForum o de artistas como George Herriman, cuya obra —con Krazy Cat a la cabeza— fuera objeto de una espléndida muestra en el mismísimo Reina Sofia de Madrid, entre 2017 y 2018. Algo que, si se le hubiera dicho a Luis Gasca en 1970, cuando luchaba contra viento y marea para dar a conocer en España a los clásicos del cómic, habría sin duda encontrado difícil de creer.
La exposición inaugurada ahora en el Centro Cultural Okendo de San Sebastián puede y debe servir como algo más que un homenaje sentimental a Luis Gasca. Como memoria viva de aquellos precursores que se dejaron a menudo la piel en convertir la historieta, el cine y la literatura popular en asunto digno de estudio, tanto como de disfrute, en nuestro país. Muchos de ellos mueren prácticamente en el olvido, ignorados por nuevas generaciones que lo saben todo sobre los superhéroes de Marvel y DC, el comix independiente USA y el cine de terror de la Full Moon o la Troma, pero parecen no haber oído hablar jamás de Luis Gasca o del resto de los nombres ya mentados, amén de aquellos que involuntariamente hayan quedado fuera. Si bien a veces surgen recordatorios como el documental Lentejuelas de sangre (2012) de Eduardo Gión, que evoca el genio y figura de “Pierrot”, o la reciente biografía Domingo Santos. Una vida de ciencia ficción (El Transbordador) de Mariano Villareal, consagrada a uno de los padres de Nueva Dimensión, son excepciones que confirman la regla: una carencia de memoria histórica en torno a la cultura popular y su estudio en España que no puede sino ser perjudicial para su futuro.
Aunque algunos siguen entre nosotros aparentemente incombustibles, como Agustín Jaureguízar, Román Gubern o figuras enormes como las de Fernando Savater y Luis Alberto de Cuenca, cuyo amor por la cultura popular ha servido de motor para otros muchos; aunque esforzados herederos como Pedro Porcel, Manuel Valencia, Alfredo Lara López, Lorenzo Díaz o Francisco Arellano, por citar algunos de diferentes generaciones y formación, prosiguen su labor cada uno a su manera y entender, da la impresión de que el nexo que unía rigor intelectual con pasión, reflexión teórica con disfrute lúdico e investigación erudita con análisis especulativo y formal tiende a desaparecer inexorablemente del estudio de la cultura pop.
En un mundo virtual donde virtualmente todo está al alcance de un clic, pero casi siempre sin contexto alguno, sin dimensión cronológica ni relación e interrelación con el resto de medios, disciplinas y artes, la visión de precursores como Luis Gasca es más necesaria que nunca, a fin de restaurar unas historias, las del cómic, el cine y la literatura de género, que son también Historia, pese a que algunos se empeñen en hablar de su final.